5. Jesús modelo y maestro de oración En tiempos de crisis, como escribe Jesús Castellano: “hubo la necesidad de ponerse a la defensiva y justificar la oración personal por el hecho de que Jesús oraba; era por tanto justo que el cristiano pudiera orar como El, orar en soledad, individualmente. Mas tarde en momentos de recuperación y de profundización de la plegaria, Jesús constituye todavía el punto esencial de referencia para todas las cuestiones que se pueden plantear a la oración: cómo, dónde, por qué, cuándo tenemos que orar” . Jesucristo es en verdad modelo y maestro de oración de todo cristiano y de forma particular de todo pastor de la Iglesia, porque en razón del sacramento del Orden hay una identificación más profunda con Cristo. En Cristo “se resuelven todas las objeciones, se dan todas las razones positivas para nuestro orar, a condición de que se ore con El, como El, según su enseñanza, hasta tomar conciencia de que la vida en Cristo para el cristiano está vinculada a la oración, para estar en El, a fin de que El prolongue en nosotros su experiencia de relación filial con el Padre en el vínculo del mismo Espíritu filial” . En Jesús, la oración no es algo marginal facultativo, sino que está en el centro de su experiencia, de su misión, de su ministerio pascual; la oración ocupa un lugar esencial e insustituible en su vida. Para Jesús orar es buscar el encuentro sincero, interior, íntimo y profundo con el Padre. El ser orante será una dimensión habitual y permanente en Jesús. Juan en su Evangelio “pone de manifiesto que Jesús está en contacto permanente con Dios, de tal manera que la oración no supone para él un acto especial; Juan entiende la totalidad de la vida de Jesús como oración” . Y mediante ella Jesús siempre vive en una comunión constante con el Padre. Dirá González de Cardedal: “El se vivió como hijo (...) Esta relación que primero sentía en sí mismo antes de comunicarla a los demás, la alimentó Jesús en permanente oración: en ella la descubría y a través de ella podía aceptar su misión como esperanza que Dios proyectaba sobre su libertad, y podía afrontarla como una gesta de su libertad, que en amor responde a un amor anterior” . Antes de que enseñe a nadie que debe pedir con absoluta confianza al Padre, Jesús será el primero en vivirlo: “Puede, pues, dar gracias antes de un milagro, porque su Padre le escucha siempre, su voluntad está enteramente de acuerdo con la de Dios. Esta sumisión motiva su confianza filial y absoluta. Jamás hubo oración que lo expresara con tal fuerza, con tal audacia, de una manera tan absoluta: <>” (Mc 11,24)” . En vez de aislarlo de los hombres, la oración lo hace adentrarse en el corazón de su misión, el salvar el mundo. “La oración le hace comprender mejor el sentido de su venida, hacer más suya toda la historia humana y dar plenitud y cumplimiento a la expectación de su pueblo. Le permite comprender por experiencia su vocación de siervo paciente y responde a las exigencias inauditas que lleva consigo” . No ha existido nadie que haya vivido tan unido a Dios, como Jesús, pero vemos en El la constante necesidad de pasar largas horas de oración para ir contrarrestando con el Padre todas las circunstancias que vive, para llevar a término la misión que Dios le ha encomendado. Los evangelistas nos testifican que los momentos más importantes y decisivos de la vida y de la misión de Jesús estará rodeada de una vivencia profunda de oración. Las decisiones más importantes las quiere dialogar largamente con el Padre, uniendo su voluntad a la de El, ya que no quiere hacer otra cosa que su voluntad. La evangelización está alimentada incesantemente por la oración a solas con su Padre. Antes de elegir a sus discípulos: "Se fue al monte a orar, y se pasó la noche en la oración de Dios. Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos, y eligió a doce de entre ellos" (Lc 6, 12-13). En la oración le descubre el Padre a quienes tiene que elegir; es una elección discernida en la oración, en el trato prolongado e íntimo con su Padre. Jesús, el hombre que ha vivido pendiente de los demás, entregado totalmente al servicio de los hermanos, no se deja “vencer por el activismo, la agitación, la prisa o la dispersión, sino que ha vivido “vigilante” alimentando su vivir en el diálogo con Dios” . Cuando su vida pública está coronada por el éxito, Jesús se retira a orar. Es constante en El esta actitud, cuando más la gente lo busca, Jesús más se retira a los lugares solitarios para orar: "Muchos acudían a El para oírle y ser curados, pero andaba retirándose a las soledades y orando"(Lc 5,16). Descubrimos en Jesús un verdadero amor a los hombres, pero El no está a merced de su voluntad por halagadora que ésta sea, lo único que rige la conducta de Jesús es la voluntad de su Padre. Después de la multiplicación de los panes, la gente entusiasmada quieren proclamarlo rey. Jesús no se dejará cegar por el entusiasmo de la gente, si los complacía podía desviarse de los caminos del Padre, por ello "Después de despedir a la gente subió al monte a solas para orar; al atardecer estaba solo allí” (Mt 14,23). De esta oración larga e intensa con el Padre, Jesús decidirá dedicar la mayor parte de su vida pública a la formación de sus discípulos y la predicación pasará a ocupar un segundo término. La oración de Jesús no es sólo la total adhesión a la voluntad del Padre, sino que en El descansa su alma, le llena su más profunda soledad porque sabe que le comprende y le ama. Como escribirá A. Hamman: “La oración de Jesús emerge de esta comunión con su Padre, es verdaderamente la respiración de su alma, el alto en que el alma halla su descanso, su secreto y su vida más profunda. La oración le es natural. (...) La sumisión es la vida de su alma: <>(Jn 4,34). La voluntad de Jesús, apoyada en su Padre, esclarecida de lo alto, no conoce ni la seducción de abajo, ni el atractivo de la infidelidad. Toda situación, toda petición reduce siempre a Jesús al objeto de su misión: la voluntad divina, la obra que su Padre le confió. Jesús no conoce otra cosa. La oración le permite descubrir y bendecir el designio paternal que ha venido a servir. Sus peticiones no tienen otro objeto que el querer del Padre y el obrar en su servicio” . El diálogo de Jesús con el Padre es constante en su vida, tanto en los momentos gozosos como en los momentos dolorosos de su Pasión. Jesús exultará de gozo ante el trabajo evangelizador de sus discípulos. “En aquel momento, se llenó de gozo Jesús en el Espíritu Santo, y dijo: <>"(Lc 10, 21). A pesar de ser una oración donde Jesús exulta de gozo, no deja de tener un acento verdaderamente trágico. El Padre por haber escondido estas cosas a los sabios y a los que se tienen por inteligentes, le costará la vida, ya que ellos serán los que le condenarán a muerte. Pero lo importante es el cumplimiento de la voluntad del Padre, y serán los sencillos los que difundirán por el mundo la Buena Noticia del Evangelio. Pero Jesús orará con más insistencia en los momentos más dolorosos de su vida. Su oración será breve y repetitiva, que surge de lo más profundo de su ser "Mi alma está triste hasta morir" (Mt 26,38). El evangelista Lucas nos dice: "sumido en agonía, insistía más en su oración, su sudor se hizo como gotas espesas de sangre que caían en tierra" (Lc 22,44). En esta profunda angustia, Jesús hubiera deseado dormirse como sus discípulos. Pero Jesús nunca se elide, sino que conscientemente se enfrenta con su propia realidad y se dirige al Padre para que le ayude. Jesús en la oración recibirá la fortaleza interior para llevar a término la voluntad del Padre. “Aunque guste la amargura del cáliz que ha de beber; pero la oración le permite vencer los estremecimientos de la carne y las cobardías de la flaqueza humana, respondiendo a la voluntad divina por una sumisión incondicionada heroica, absoluta” . Al contrario de sus discípulos, Jesús por haber orado no desfalleció en ningún momento a pesar de los grandes sufrimientos morales y físicos que tuvo que experimentar. Y lo más grave fue la lejanía de Dios precisamente en los momentos más dolorosos del cumplimiento de su misión, que le hará exclamar: “<<¡Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has abandonado?>>"(Mt 27,46). Su vida de hombre orante, finalizará en el más profundo dolor, pero con una oración confiada al Padre: "Jesús, dando un fuerte grito dijo: << Padre, en tus manos pongo mi espíritu>> y, dicho esto expiró” (Lc 23,46). Nuestra Redención se había consumado. Como dirá el autor de la carta de los Hebreos: "El, en los días de su vida mortal, ofreció oraciones y súplicas, a gritos y con lágrimas, al que podía salvarlo de la muerte; y Dios lo escuchó, pero después de aquella angustia, Hijo y todo como era. Sufriendo aprendió a obedecer y, así, consumado, se convirtió en causa de salvación eterna para todos los que le obedecen a El" (Hb 5,7-9). La resurrección será la definitiva respuesta del Padre a su oración de alabanza, de ofrenda, de intercesión, de súplica, y será concedida la efusión del Espíritu Santo en la comunidad de sus discípulos y con ello la Iglesia iniciará su peregrinaje en medio de la humanidad. A modo de síntesis, este texto de Jesús Castellano muestra tres rasgos de la vida de oración de Cristo, que pueden iluminar de forma particular la vida oracional del pastor: “<>: Quizá nadie en el mundo ha experimentado como Jesús la soledad. Vive fuera de su mundo que es la vida trinitaria. Está solo, humanamente hablando; no comprendido, no acogido en profundidad ni siquiera por los suyos, con secretos de vida que no puede compartir plenamente con nadie. Sólo el Padre, que es su mundo, su interlocutor válido, le puede comprender, consolar, fortalecer. Sólo El puede colmar un vacío de soledad e incomunicabilidad, la del Hijo del hombre que vive tan abierto a los demás, pero los demás no pueden colmar su infinita y misteriosa soledad. <>: La oración se convierte en el lugar donde en la soledad desaparece la soledad del Hijo de Dios. En esta soledad se experimenta el misterio de comunión. Jesús está en comunión con el Padre, siempre y en todas partes. Sin embargo, la oración buscada por Cristo oculta el misterio que podría expresarse así: Jesús tiene necesidad de sumergir toda su psicología humana, su historia, su aventura personal en la comunión con el Padre, incluyendo -¿por qué no?- su cuerpo, su carne. (...) La oración es aquella feliz necesidad de fundir su “yo” con el del Padre celestial. La oración de Jesús es la razón y la experiencia de su comunión con el Padre como Hijo, la feliz necesidad de sumergir su humanidad hasta empaparla en la comunión con Dios. <>: (...) La plegaria es su camino, su itinerario hacia Jerusalén, hacia el Padre. Un itinerario lúcido de un hombre que sabe salir al encuentro de la muerte y de la resurrección; conciencia madurada y vivida en la oración. La soledad de Jesús es también una recuperación existencial del tema del desierto (...) ora en la soledad, no como los fariseos (cf. Mt 6,6). El es el primero en dar ejemplo” . II. TERESA DE JESÚS, TESTIGO DE ORACION Una de las dificultades en la vida de oración de los pastores, no es tanto orar sino la forma de orar. Como decía Mons. Mendez “Siempre defiendo que los sacerdotes no han tenido una oposición a la vida de oración, sino tal vez una inadaptación, un sentimiento de no valorar aquellos métodos que se imponían como, imprescindibles para llegar a la oración” . Entre los métodos de la oración clásica se encuentra el testimonio orante de Teresa de Jesús. Su doctrina impregna la parte cuarta del Catecismo de la Iglesia católica, especialmente los números dedicados a la pedagogía de la oración. Su testimonio oracional y sus enseñanzas pueden ser luz para todos, también para los pastores de la Iglesia, ella que ha sido llamada Maestra de espirituales, y es Doctora de la Iglesia precisamente por su doctrina sobre la oración. 1. La oración como experiencia dolorosa en Teresa de Jesús Si a alguien le fue dura la vida de oración esta es sin duda Teresa de Jesús, ella tuvo que luchar denodadamente, dramáticamente, con <<ánimo más que de mujer>>, por la oración. Durante largos años se convierte la oración en el dolor más intenso de la vida de Teresa, ella misma expresa el drama que vivía: “Sé decir que es una de las vidas más penosas que me parece se puede imaginar; porque ni yo gozaba de Dios, ni traía contento en el mundo. Cuando estaba en los contentos del mundo, en acordarme lo que debía a Dios, era con pena; cuando estaba con Dios, las afecciones del mundo me desasosegaban. Ello es una guerra tan penosa, que no sé cómo un mes lo pude sufrir, cuanto más tantos años (18 años)” (V 8, 2). Las causas que hacen tan difícil y dolorosa su vida de oración, según Maximiliano Herraiz serían: en el orden psicológico incapacidad para discurrir y sujetar la imaginación; en el orden moral la incoherencia entre oración y vida; otras causas de menor importancia serían la falta de verdaderos maestros de oración y el ambiente comunitario que no le favorece . Respecto a la incapacidad de discurrir, Teresa experimentó con agudeza la impotencia para <>, razonar y discurrir. Ni puede centrar el entendimiento en la penetración discursiva de las verdades de la fe, ni puede aprovecharse de la imaginación para <>. Dirá ella: “No me dio Dios talento de discurrir con el entendimiento ni de aprovecharme de la imaginación” (V 4,8). Dirá en Camino de Perfección: “Pasé muchos años por este trabajo de no poder sosegar el pensamiento en una cosa” (C 26,2). Esta dificultad no estará sólo presente en el primer tiempo de oración, sino en plena vida mística. En algunos momentos tiene carácter dramático para ella: “Algunas veces me deseo morir, de que no puedo remediar esta variedad del entendimiento” (C 31,8). Después de tantos años de lucha no encontrará otro remedio, “que no se haga caso de ella (la imaginación) más que de un loco” (V 17,7). Ella es un testimonio claro de que las distracciones aunque hacen la oración dolorosa no la impiden. Teniendo presente la riqueza de su oración podemos decir que incluso puede ser providencial que tuviera la dificultad hacer meditaciones y razonar sobre las verdades de la fe, porque así su vida de oración fue a lo esencial. La religión cristiana no es la religión del libro, en la que la oración se reduciría a ir comprendiendo de forma más aguda las palabras del Evangelio o meditar en la vida de Jesús. Si no que la religión cristiana es la religión de una persona, Jesucristo Hijo de Dios y hombre, y la oración es establecer una relación de amor con El. Su imposibilidad de sosegar el pensamiento le abrirá a otra dimensión de la oración cristiana, en la que el protagonista es ante todo Dios, El lleva la iniciativa, y orar es ante todo escuchar y dejarse transformar por el Espíritu de Dios, que hace de nosotros hombres y mujeres de oración. El otro motivo más grave que <> le impedía la oración era la incoherencia entre la vida y la oración, ya que afectaba a la esencia misma de la oración concebida como amistad. En ella la oración se reducía a unos tiempos más o menos largos de trato amistoso con Dios. La raíz del problema estaba en que no guardaba todo su amor para Dios. Optó por el camino de rebajar el nivel de las exigencias contemporizando con las demandas de su naturaleza. Intentaba “concertar estos dos contrarios –tan enemigos uno del otro- como es vida espiritual y contentos, y gustos y pasatiempos sensuales” (V 7, 17). “Parecíame era mejor andar como los muchos (...) y rezar lo que estaba obligada, y vocalmente, no tener oración mental y tanto trato con Dios” (V 7,1). Ella “procuraba... tener oración, mas vivir a mi placer” (V 13,6). El resultado de esta actitud fue desolador: “Ni yo gozaba de Dios, ni traía contento del mundo” (V 8,2). Teresa intenta sentar a la misma mesa a los dos contrarios, vida espiritual y pasatiempos sensuales, Dios y criaturas (V 7,17), con el paradójico resultado de no gozar de ninguno. Dios no comparte con nadie el amor del hombre. No se sienta a la mesa con otros invitados. Se esconde entonces, haciendo, a la vez amargos los demás amores. Haciendo opción por los gustos y pasatiempos sensuales, en su caso dedicar mucho tiempo a conversaciones de locutorio, ella empezó a no tener oración, a sentir vergüenza de presentarse ante Dios. Entre su dilema, Dios y el mundo, gana el mundo. Ella no quería dejar la oración, “mas esperaba a estar muy limpia de pecados” (V 19,12). Pero ella había optado por el camino de la mentira, la verdadera humildad, aun denunciando el pecado, se abre a la misericordia de Dios, pero ella no quería dejar de lado el pasatiempo de conversaciones. Además abandona la oración por falsa humildad. “Poníame en el pensamiento que cómo cosa tan ruin, y habiendo recibido tantas mercedes, había de llegarme a la oración; que me bastaba rezar lo que debía, como todas, mas que, aun pues esto no hacía bien, como podía hacer más; era poco acatamiento y tener en poco las mercedes de Dios” (V 19,10). Este fue el más grave engaño en la que ella podía incurrir, ya que el abandono de la oración precipita el derrumbamiento espiritual de Teresa. A partir de su propia experiencia, no dejará de avisar al lector, que por ruin y pecador que sea que nunca abandone la oración, ya que “dejar la oración es perder el camino” (V 19,12). No dejará de exhortar vivamente: “No desmaye nadie de los que han comenzado a tener oración”, pues <>, no es la consecuencia necesaria de un proceso ascético previo por muy intenso que sea. La experiencia mística es un don sobreañadido al don ordinario de la gracia bautismal, pero nunca fuera de esa experiencia originaria. La Santa urge y anima a los lectores a que se <> por si Dios quiere concedérselo; pero al mismo tiempo consuela a los que no lleguen, aunque hayan vivido con integridad los principios cristianos. El don de la experiencia mística forma parte del misterio de Dios que se comunica libremente y del misterio de la vocación del hombre que recibe el don” . Teresa cree que la experiencia mística no es el único camino, es un “atajo” extraordinario que Dios tiene preparado para darlo cuando quiere y que se lo da con más frecuencia, aunque no exclusivamente, a los que se preparan. Un ejemplo era ella misma, que no siempre fiel a la gracia, el Señor le concedió una extraordinaria vida mística, pero una vez Teresa volvió en si se adhirió de tal forma a Dios y a su voluntad que en poco tiempo caminó con agilidad el camino de la perfección cristiana. Ella afirma que los demás no dejarán de llegar a la perfección, pero <> y <> (V 21,9). Santa Teresa de Jesús no dejará de exhortar a sus monjas que no pidan las gracias místicas al Señor, ni se deseen, y sobre todo que de ninguna manera se intenten conseguir por propios medios. “Verdad es que no en todas las moradas podréis entrar por vuestras fuerzas –aunque os parezca las tenéis grandes- si no os mete el mesmo Señor del castillo: por eso os aviso que ninguna pongáis, si hallardes resistencia, porque le enojaréis de manera que nunca os deje entrar en ellas. Es muy amigo de humildad” (7M 4, con. 2). Ella advertirá a sus monjas: “No porque en esta casa todas traten de oración han de ser todas contemplativas; es imposible; y será gran desconsolación para la que no lo es, no entender esta verdad, que esto es cosa que lo da Dios; y pues no es necesario para la salvación, ni nos lo pide de premio, no piense se lo pedirá nadie; que por eso no dejará de ser muy perfecta si hace lo que queda dicho. Antes podrá ser tenga mucho más mérito, porque es a más trabajo suyo y la lleva el Señor como a fuerte y la tiene guardado junto todo lo que aquí no goza. No por eso desmaye ni deje la oración y de hacer lo que todas, que a las veces viene el Señor muy tarde y paga tan bien y tan por junto como en muchos años ha ido dando a otros” (C17,2) Luego ella pondrá el ejemplo: “Yo conozco una monja bien vieja –que pluguiera a Dios fuera mi vida como la suya- muy santa y penitente y en todo gran monja y de mucha oración vocal y muy ordinaria”. Ella no negará que rezando oraciones vocales el Señor no puede conceder alta contemplación: “Sé que muchas personas, rezando vocalmente.... las levante Dios, sin entender ellas cómo, a subida contemplación. Conozco a una persona que nunca pudo tener sino oración vocal, y asida a ésta, lo tenía todo; y si no rezaba, íbase el entendimiento tan perdido que no lo podía sufrir. (...)Vino una vez a mí muy acongojada, que no sabía tener otra oración mental, ni podía contemplar, sino rezar vocalmente. Preguntéle qué rezaba; y vi que, asida al paternóster, tenía pura contemplación y la levantaba el Señor a juntarla consigo en unión; y bien se parecía en sus obras recibir tan grandes mercedes, porque gastaba muy bien su vida. Así alabé al Señor y hube envidia a su oración vocal”(C 30,7). La oración de quietud La primera forma de oración mística, es una acción de Dios por la que aviva hace al alma consciente de su presencia. El hombre es consciente que Dios estuvo con él. “Es esta oración una centellica que comienza el Señor a encender en el alma del verdadero amor suyo, y quiere que el alma vaya entendiendo qué cosa es este amor con regalo” (V 15,4). La experiencia de la presencia de Dios no es inmediata, sino que se conoce por los efectos: suavidad, gozo, deleite, paz. También produce frutos teologales, infunde nuevo conocimiento de Dios y del hombre, activa la esperanza, crece el amor a Dios. En las virtudes morales queda mejorada. La actitud del hombre es la de humildad, no exigir nada, dejar hacer a Dios. A esta primera forma de oración mística llegan muchas personas (cf. 4M 3, 15; V 15,2). Su valor más grande es que dispone para nuevas y mayores gracias. “Es señal o prenda que da Dios a esta alma de que la escoge para grandes cosas” (V 15,5). “Es señal que la quiere (Dios) para mucho; si no es por su culpa, irá muy adelante” (C 31,11). Escribirá Maximiliano Herraiz: “El camino de la oración infusa está abierto. Si el hombre <> y responde con generosidad, se seguirá una historia insospechada de amor. Dios los elige <>. <>” . <> Es una mera intensificación de la oración de quietud. Hay una intensificación de la acción de Dios que actúa directamente sobre la voluntad. Ella < a las otras potencias hasta el punto de que no pueden ocuparse sino en Dios (V 16,2). Dios es el hortelano, el que lo hace casi todo, y las flores ya comienzan a dar olor, en particular la humildad. La comunicación de Dios se hace presente con <>. La actitud que debe tener el alma, es <>. No ofrecer resistencia, <> (V 17,2). Oración de unión El supremo grado de oración previsto por la mística cristiana y por santa Teresa, es el de la unión, en la que distingue diversos grados, según sea más estable el contacto unificante entre Dios y el alma. El orante, a través de un proceso lento y purificante, se va acercando cada vez más al centro de su ser, a la última morada de su castillo interior, y la luz de Dios que irradia desde dentro, le atrae y liga con fuertes ataduras. En su lucha ascética el alma ha purificado sus sentidos y potencias activa y pasivamente; el mundo circundante pierde su entorno tentador, y liberada de su egoísmo congénito, se lanza con violencia a la búsqueda definitiva de su Dios. Comienza para ella la suprema experiencia mística. Ésta según santa Teresa tiene tres formas: la unión simple, la unión plena o desposorio espiritual y la unión trasformante o matrimonio espiritual. Unión simple: Es cuando la ofensiva de Dios alcanza las raíces mismas del alma. Es Dios que hace y el hombre padece la acción de Dios. Estas gracias de unión simple, o el primer grado de la unión, acontece: “cuando más descuidado está el hortelano” (V 18,9), por consiguiente: “por diligencias que nosotros hagamos, no podemos entrar. Su Majestad nos ha de meter y entrar en el centro de nuestra alma” (5M 1,13). Admite que Dios da la gracia mística de la unión cuando quiere y porque quiere, no en manera alguna por merecimiento humano (cf. V 21,10). La acción de Dios moviliza y desata dinamismos, activa fuerzas interiores del hombre desconocidas y dormidas hasta entonces. La unión se produce porque existencialmente se <> los dos amigos en relación mutua. Los efectos que produce son de dos clases: teologales y morales, un gran conocimiento de Dios, de su presencia actuante, viva en el hombre. Da una fe viva, un amor encendido, y una esperanza valiente y activísma. Por otra parte a nivel moral, dice “la misma alma no se conoce a sí”(V 18,10), “No parece ella ni su figura” (5M 2,7), para explicar el cambio moral, es la muerte del hombre viejo, y el nacimiento del hombre nuevo, que ella lo hace a través del ejemplo del gusano de seda que se convierte en mariposa. En el ámbito teologal en la oración de unión se da el conocimiento de Dios por via experiencial. El alma iluminada del orante se aferra a esta verdad de modo definitivo y total. En el ámbito moral la donación de Dios suscita la fidelidad del hombre. “Queda el alma animosa... Allí son las promesas y determinaciones heroicas”(V 19,2). Se da también una reacción de profunda religiosidad. Le nacen deseos de alabar a Dios, de padecer por El, deseos de penitencias, de soledad, un ansia que todos conozcan a Dios Los consejos que Teresa da del comportamiento del orante, se dirigen todos a la vida. Hay que actuar la gracia recibida. Si la fidelidad se da, se intensificará y acelerará la acción salvífica de Dios: “Cuando el alma a quien hace Dios estas mercedes se dispone, hay muchas cosas que decir de lo que el Señor obra en ellas” (5M 2,1). Para alentar a las monjas, que no obstante la vida contemplativa, no llegan a estos niveles místicos previstos por ella, les dirá: “Bien será que no parezca quedan sin esperanza a los que el Señor no da cosas tan sobrenaturales, pues la verdadera unión se puede muy bien alcanzar... si nosotros nos esforzamos a procurarla con no tener voluntad, sino atada con lo que fuere voluntad de Dios... y ninguna cosa se os dé de estotra unión regalada que queda dicha” (5M3,3). La lógica de Santa Teresa está fundada en la ley evangélica: “ser santos consiste en hacer la voluntad de Dios que nos manda amarle a El sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos” (5M 3,7-8). Teresa destaca el valor eclesial de la contemplación infusa: la gracia oracional trasciende a la persona que la recibe, la mueve decididamente hacia los demás: “Comienza a aprovechar a los prójimos” (V 19,2). “No soléis Vos hacer, Señor, semejantes grandezas y mercedes a un alma sino para que aproveche a muchas” (V 18,4). Unión plena o el desposorio espiritual: Para explicar los últimos grados de la oración mística recurre Teresa a la imagen del desposorio y matrimonio, de hondas raíces bíblicas: “Ya tenéis oído muchas veces que se desposa Dios con las almas espiritualmente... Y aunque sea grosera comparación, yo no hallo otra que más pueda dar a entender lo que pretendo, que el sacramento del matrimonio” (5M 4,3) . El desposorio no es más que una floración de la gracia de unión, siendo, por lo tanto, la unión de voluntades la que especifica la gracia del desposorio, hay una compenetración de Dios y el alma. Es un estado en el que el alma “está hecha una cosa con Dios”, se produce el centramiento de todo el ser en Dios. El Esposo quiere el alma que lo entienda más. Esta comprende “quien es este Esposo”. De esta visión del Esposo: “queda el alma tan enamorada, que hace de su parte lo que puede para que no se desconcierte este divino desposorio” (5M 4,4). Se puede dar en este estado una rica floración de fenómenos místicos, que son manifestaciones luminosas y esporádicas de la presencia de Dios y que hace desear el encuentro y la unión total. “Todo es para más desear gozar a el Esposo. Y Su Majestad, como quien conoce nuestra flaqueza, vala habilitando con estas cosas y otras muchas, para que tenga ánimo de juntarse con tan gran Señor y tomarle por Esposo” (6M 4,1). El desposorio es fundamentalmente un conocimiento de Dios en profundidad, que enamora y acelera la fidelidad purificadora responsiva del hombre en vista a la unión total del matrimonio. El desposorio espiritual es una intensa y profunda preparación al matrimonio espiritual. Por ello el que Dios le ha concedido la gracia del desposorio espiritual, tiene esperanza de que le haga llegar al matrimonio espiritual. Teresa dirá que entre el desposorio y el matrimonio espiritual “no hay puerta cerrada” (6M 4,4). En cuanto a las consecuencias teologales y morales de este estado, es un mayor conocimiento de la grandeza de Dios, unos deseos que todos le alaben, el no hacer ninguna imperfección si pudiese para no descontentar a Dios. Matrimonio espiritual o unión trasformante: Aquí el proceso llega a su plenitud. El movimiento de interiorización ha culminado en el centro, en la morada de Dios. “No se puede decir más de que... queda el alma, digo el espíritu de esta alma, hecho una cosa con Dios” (7M 2,4). Si el desposorio es una unión pasajera y por lo mismo frágil y vulnerable, el matrimonio es la consumación de una unión durable, estable y eterna, sin embargo nunca hay seguridad plena de estar en gracia y mucho menos de no volver a caer en pecado. La inseguridad es la condición del hombre viador. No se puede conseguir en esta vida una unión total con la divinidad, por muy alta que sea nunca será completa y tendrá que irse perfeccionando con el tiempo: “Pues vengamos ahora a tratar del divino y espiritual matrimonio, aunque esta gran merced no debe cumplirse con perfección mientas vivimos, pues si nos apartásemos de Dios, se perdería este tan gran bien” (7M 2,1). El estado del alma al sentirse poseída por Dios, es el de paz, que no es perturbada ni por la idea de la muerte, si antes su deseo era morir, ahora su deseo es vivir para servir al Señor en esta vida. A consecuencia de la paz que goza, no hay ni sequedades ni desasosiego. Tan ensimismada está en Dios que sólo le importa su honra y su servicio. Ha desaparecido completamente cualquier raíz de egoísmo interesado, no deja de hacer nada que entiende que es para mayor gloria de Dios, aunque sea muy penoso, tiene olvido y desasimiento de todas las cosas. Esta presencia total, desde la raíz más honda del ser, se manifiesta como polarización existencial, de servicio pleno, de amor y vida: “su gloria tienen puesta en si pudiesen ayudar en algo al Crucificado”. Los deseos de morir para gozar de Dios se convierten en deseos de vivir “para servirle más si pudiesen ser parte que siquiera un alma le amase más y le alabase por mi intercesión” (CC 66,10). El vigoroso crecimiento de las virtudes tiene que culminar en un hondo sentimiento eclesial. El alma mística siente como nadie la necesidad del apostolado, de ser útil a la Iglesia, de salvar almas para Cristo. Les dirá Santa Teresa a sus monjas cuando habla de las séptimas y últimas moradas: “Para esto es la oración, hijas mías; de esto sirve este matrimonio espiritual: de que nazcan siempre obras, obras” (7M 4,6). “Sabéis qué es ser espirituales de veras?: hacerse esclavos de Dios, a quien, señalados con su hierro que es el de la cruz, porque ya ellos le han dado su libertad, los pueda vender por esclavos de todo el mundo, como El lo fue, que no les hace ningún agravio ni pequeña merced; y si a esto no se determinan, no hayan miedo que aprovechen mucho”(7M 4,8). Y las exhortará a procurar aprovechar con sus virtudes a sus hermanas de comunidad, y si estas son mejoran por su ejemplo virtuoso “más aprovechará su oración a los prójimos... El Señor no mira tanto la grandeza de las obras como el amor con que se hacen; y como hagamos lo que pudiéramos, hará su Majestad que vamos pudiendo cada día más... ofrezcamos al Señor el sacrificio que pudiéremos, que su Majestad le juntará con el que hizo en la Cruz por vosotras al Padre, para que tenga el valor que nuestra voluntad hubiere merecido, aunque sean pequeñas las obras” (7M 4,15). De esta forma la máxima interiorización es la máxima presencia en el mundo de los hombres y de la Iglesia. La fuerza y la calidad del servicio está en el amor depuradísimo de estas almas, o en la unión misma tan estrecha con Dios a la que ha llegado. Mediante la gracia del matrimonio el alma se acerca al misterio de Dios, cuya esencia se abre al alma, experimenta en lo más profundo el misterio de la inhabitación divina. “Y metida en aquella morada por visión intelectual, por cierta manera de representación de la verdad, se le muestra la Santísima Trinidad, todas tres Personas... entiende con grandísima verdad ser todas tres Personas una sustancia y un poder y un saber y un solo Dios... Notoriamente ve que están en lo interior de su alma, en lo muy interior; en una cosa muy honda... siente en sí esta divina compañía”(7M 1,7-8). 5. Vivencia esponsal Teresa de Jesús tiene experiencia de que sus esfuerzos de recogimiento para poder entablar una relación de amistad, se hace realidad viva mucho más allá de lo que ella nunca hubiere sospechado. Ella puede dar testimonio de la veracidad de las palabras que Jesús dirige a la samaritana: “Todo el que beba de esta agua, volverá a tener sed; pero el que beba del agua que yo le dé, no tendrá sed jamás, sino el agua que yo le dé se convertirá en él en fuente de agua viva que brota para vida eterna” (Jn 4,13). Ella deseosa de relación interpersonal descubrió en Cristo, que le salió al paso, no sólo al amigo verdadero sino al esposo. El diálogo oracional del orante con Dios se transfigura en comunicación esponsal y en plenitud nupcial . Al no estar Teresa entera en su fidelidad a los votos religiosos, aunque sólo fuera por pasatiempos de buenas conversaciones, deberá pasar por un duro desierto purificador hasta que Cristo de nuevo la despose en fidelidad (Cf. Os 2,21). Después de haberse mostrado en medio de mil dificultades fiel a la voluntad de Dios tanto en los afectos del corazón como en las obras, cuando ya ha hace unos años que se ha iniciado la reforma teresiana, y ha aceptado ser priora de la Encarnación, porque esta es la voluntad de Jesús, es cuando le es concedido el don del matrimonio espiritual, cuando va a recibir el pan eucarístico: “Mira este clavo, que es señal que serás mi esposa desde hoy; hasta ahora no lo habías merecido; de aquí en adelante, no sólo como Criador y como Rey y tu Dios mirarás mi honra, sino como verdadera esposa mía, mi honra es ya tuyo y la tuya mía”(CC 25). En medio de todas las dificultades y tormentas en que se vio envuelta su obra fundacional, Teresa se mantuvo fiel a su Señor y Esposo hasta el final de sus días, y en la hora suprema de la muerte, cuando se pone de manifiesto la realidad de cada hombre o mujer, surgió en ella con gran ímpetu su vivencia esponsal con Cristo: “¡Señor mío y Esposo mío ¡Ya es llegada la hora tan deseada! ¡Tiempo es que nos veamos, Amado mío y Señor mío! Ya es tiempo de caminar. ¡Vamos muy enhorabuena! Cúmplase vuestra voluntad. ¡Ya es llegada la hora en que yo salga deste destierro y mi alma goce en uno de Vos, que tanto he deseado” . A partir de su experiencia espiritual Teresa concibe lo divino como relación amorosa, como alteridad que se proyecta sobre nosotros, con amor que se busca y se dona, por ello lo nupcial preside todo el diálogo religioso teresiano. Este es un diálogo de amantes; lo divino y lo humano se relacionan a través de Cristo mediador, bajo el prisma de una mediación esponsalicia. La imagen nupcial recorre toda la doctrina teresiana, de una búsqueda amorosa y de un encuentro gozoso. La vida humana es por tanto tiempo de una aventura amorosa, es el espacio donde el ser humano se abre a un futuro en donde los límites de su finitud se perderán en lo infinito del amor de Dios, con quien de alguna manera ha de terminar identificándose al ser transformado maravillosamente en El, sin perder la identidad de criatura frente a su Creador . Para que este desposorio del alma con Dios se realice no es necesario que exista ninguna experiencia mística de tipo sentimental, sino que tiene lugar en la practica de las virtudes cristianas. Las distintas etapas de la espiritualidad cristiana tendrán un claro matiz esponsalicio hasta la culminación del así llamado matrimonio espiritual, ya que para Teresa la vida cristiana son unas nupcias sagradas. Teresa de Jesús educará a sus monjas en el amor esponsal, a dirigirse a Jesús como verdadero esposo suyo, ya que por la profesión religiosa se han desposado con Cristo, y que bajo esta consideración matrimonial deberán relacionarse con El, y deberán procurar agradarle y contentarle como la mujer enamorada agrada a su marido. San Juan de la cruz también vivió personalmente la dolorosa purificación del espíritu. Las terribles noches del espíritu, descritas en sus libros: Subida del Monte Carmelo y Noche Oscura no dejan de ser en algunos aspectos autobiográficos. En la noche de su vida personal, estando preso en Toledo, surge una luz, se le concede el don de vivir una dimensión de la gracia bautismal, la conciencia de que el alma es esposa de Cristo. A partir de entonces su vida quedará transformada radicalmente, mirará a Dios, la creación, la humanidad con ojos de enamorado. En el lugar donde la dignidad del hombre es pisoteada hasta límites extremos, él que vivía esta circunstancia desde las virtudes teologales de la fe, la esperanza y el amor, junto con la oración de la comunidad eclesial que ora por él, es cuando a san Juan de la Cruz le es concedida la comprensión del inmenso amor con que Dios ha creado el mundo y la humanidad, y la ha redimido. Esta comprensión lo expresará de forma magistral en el poema “ In principio ertat Verbum”: “Una esposa que te ame, mi Hijo darte quería, que por tu valor merezca tener nuestra compañía y comer pan a una mesa de el mismo que yo comía, porque conozca los bienes que en tal Hijo yo tenía y se congracie conmigo de tu gracia y lozanía. Mucho lo agradezco, Padre, -el Hijo le respondía-; a la esposa que me dieres yo mi claridad daría para que por ella vea cuánto mi Padre valía, y cómo el ser que poseo de su ser le recibía. Reclinarla he yo en mi brazo Y en tu amor se abrasaría Y con eterno deleite Tu bondad sublimaría. Hágase, pues –dijo el Padre-. Que tu amor lo merecía; y en este dicho que dijo, el mundo criado había palacio para la esposa hecho en gran sabiduría.... Juan de la Cruz caminará en pos de Cristo hasta la unión del alma esposa con Dios, descrito magistralmente en sus poemas: Cántico, Llama. Rebosante de gozo exclamará: “Míos son los cielos y mía es la tierra; mías son las gentes, los justos son míos, y míos los pecadores; los ángeles son míos, y la Madre de Dios y todas las cosas son mías, y el mismo Dios es mío y para mí, porque Cristo es mío y todo para mí. Pues, ¿qué pides y buscas, alma mía? Tuyo es todo esto, y todo es para ti. No te pongas en menos ni repares en meajas que caen de la mesa de tu padre. Sal fuera y gloríate en tu gloria; escóndete en ella y goza, y alcanzarás las peticiones de tu corazón” . Esta conciencia de los bienes que Dios le da en el Hijo, lo recibió por su perseverancia en la vida de oración, incluso en las circunstancias más difíciles, que no le faltaron en su vida, por ello podrá decir: “Quien huye de la oración, huye de todo lo bueno” . En Teresa de Jesús, Juan de la cruz..., se hace realidad que “la oración es la forma que instaura la relación del hombre con Dios, (...) es precisamente un lugar privilegiado para acoger y personalizar la revelación (...) –que- es en definitiva una invitación a la comunión profunda con Dios, a la participación en su verdad y su vida, a un diálogo de palabras y obra, diálogo de vida que se manifiesta y alcanza la plenitud en Cristo y en el don del Espíritu” . Ellos personalizan una realidad teológica, Cristo, sabiduría increada como Verbo de Dios que se hace accesible en el tiempo mediante la encarnación, es el esposo de la humanidad, que busca establecer con nosotros una verdadera comunidad de vida. El bautismo nos sumerge de tal manera en Cristo que se establece entre él y el cristiano una verdadera y auténtica alianza, que alcanza a toda la naturaleza humana. El nuevo miembro es incorporado por el bautismo a la Iglesia que es esposa de Cristo, por ello cada miembro bautizado, hombre o mujer es esposa de Cristo, esta vivencia tanto la vive Juan de la Cruz como Teresa de Jesús. Esta dimensión del alma esposa de Cristo por el bautismo está presente en los Padres de la Iglesia. Juan Crisóstomo, en sus Catequesis bautismales, refiriéndose al bautismo dirá: “Lo que aquí acontece es de orden espiritual y nuestro esposo, llevado por su amor a los hombres, corre a salvar nuestras almas. Que uno sea feo o deforme, pobre hasta el último extremo de la miseria (...) el esposo no lo discute, no se informa, no pide cuentas. Lo que hay es un don gratuito, generosidad y gracia de parte del Amo, sólo me pide una cosa: olvido del pasado y buen propósito en lo porvenir. ¿Has visto que exceso de gracia?, ¿Has visto a que esposo se unen las almas dóciles a su llamada? (...) Ningún hombre no aceptaría nunca derramar la sangre por la esposa con la que se ha de unir. Pero el Señor amoroso, adaptándose a la bondad que le es propia, ya ha aceptado este sacrificio grande e insólito por la solicitud que tiene hacia su esposa, para santificarla con su propia sangre y purificarla con el baño del bautismo, teniendo ante suyo a la Iglesia gloriosa” . Se podría afirmar que la vivencia de los místicos no es más que el testimonio del desarrollo de la gracia bautismal en el cristiano, entre ellas el desposorio del bautizado con Cristo. 6. Valoración hoy de la experiencia teresiana de oración Para santa Teresa los grados de oración son etapas de un camino que une al hombre con Dios. Sobre su vigencia de su testimonio y de sus enseñanzas dirá Daniel de Pablo Maroto: “El hombre creyente que quiere encontrarse con Dios podrá elegir el método que más le agrade y la forma de orar que más se acomode a su psicología, a su religiosidad, quizá sin seguir especulando sobre los grados de oración explicado por Santa Teresa. Lo importante es que ore. La oración teresiana es, ante todo, un encuentro con Cristo, con el fin de descubrir su persona, su vida, su función en la santificación personal, etc.” Acerca de los grados místicos dirá: “Hoy quizá se niegue con demasiada facilidad la misma gracia mística; y, sin embargo, las más fuertes y hondas experiencias de Dios nacen de ella. (...) Santa Teresa, a pesar que lo apreció mucho en su propia vida, nunca midió su santidad ni la de nadie por ella: “Y que no piense que por tener una hermana cosas semejantes es mejor que las otras, sino mirar a las virtudes, y a quien con más mortificación y humildad y limpieza de conciencia sirviere a nuestro Señor, que ésa será la más santa” (6M 8,10). Para santa Teresa “lo importante no son los fenómenos físicos del misticismo, sino la gracia interior que los condiciona y los hace posible; y, sobre todo, lo más importante, son los efectos morales y religiosos que dejan, siendo estos también el principal criterio para juzgar su bondad. En el caso teresiano, y en el de la verdadera mística, puede ser medio de purificación, origen de muchas virtudes, sobre todo, causa de fortaleza y de acción. (...) Las gracias místicas no son un lujo o una decoración esplendorosa en la vida de un cristiano y de un orante, sino motivo y causa de un compromiso mayor y más eficiente. Esta es la verdadera mística cristiana y lo fue la de santa Teresa” . III. EL SACERDOTE: HIJO, PADRE Y ESPOSO DE LA IGLESIA EN EL BTO. F. PALAU En la dilatada historia de la Iglesia, el Espíritu de Dios ha hecho surgir grandes intercesores y místicos, y este es sin duda el beato Francisco Palau. Su fidelidad a la oración de intercesión en bien de la Iglesia amada filiamente, el Padre le concedió el don de participar de su paternidad sobre la Iglesia, a la que debía amar y servir como un padre ama su hija necesitada. Fue tan fiel en esta entrega apostólica en bien de su Hija la Iglesia que, por intercesión de María, Jesucristo le hizo partícipe de la Iglesia como esposa. Ciertamente que el bto. Francisco Palau fue en vida varón de contrariedades, pero su fecundidad puede ser inmensa en la Iglesia. Posiblemente por la riqueza de su experiencia eclesial y por su reflexión sobre la misma, pueda un día ser declarado Doctor de la Iglesia. 1. La larga búsqueda de la cosa amada El beato Francisco Palau (1811-1872), nació en Aitona (Lleida) España. Después de unos años en el seminario de Lleida, ingresó en el Carmelo Descalzo de Barcelona, donde profesó como carmelita descalzo el 15 de noviembre de 1833. No pudo vivir ni dos años como profeso, pues el día de san Jaime de 1835 incendiaron su convento y, con la prohibición de las ordenes religiosas masculinas, tuvo que ser fiel a la vocación carmelitana-teresiana viviendo como exclaustrado hasta la muerte. A la edad de 53 años, cuando ya hay establecidas unas relaciones espirituales con la Iglesia como persona mística, el beato Francisco Palau, religioso exclaustrado y sacerdote célibe, no le da miedo expresar sus sentimientos más íntimos: “Yo deseaba como todos, amar y ser amado, amar y ser correspondido en mi amor” (MR 8,21) . Él amaba “lo infinitamente bello”, pero era una belleza confusa. Como san Agustín desde su infancia sabía que amaba, pero no sabía a quien amaba. El descubrimiento de la persona amada fue un proceso lento y progresivo. Durante su infancia y su juventud buscó su cosa amada “en la tierra, y no hallando en ella criatura alguna capaz de satisfacer mis apetitos la busqué en el cielo” (MR 15,2), Será a los 21 años cuando ingresará en el Carmelo descalzo, después de haber sido seminarista en el seminario de Lleida: “A los 21 años de edad, al desprenderse el corazón de los objetos extraños al verdadero amor, al dejar las cosas que no merecen los afectos del corazón, me hallé en una situación horrible: impulsado por el amor buscaba mi cosa Amada en Dios: más Ay!, yo no la conocía, y ella no se revelaba. No obstante, la pasión del amor no estaba en mí ociosa, sino que crecía de año en año hasta devorar el corazón” (MR 10,14). “Y fui al claustro, por si acaso allí te encontrara. Yo, aunque muy a oscuras, te buscaba a ti: estaba persuadido de que sólo una belleza infinita podía saciar y calmar los ardores de mi corazón. Cuán lejos estaba entonces de creer que fueses lo que eres! La soledad, sin ti, lejos de calmar la pasión del amor, la fomenta: y el claustro ensanchó mi corazón, encendió mayor llama en el amor. Pero no conociéndote sino como se conoce una persona extranjera, mi tormento era sin comparación más cruel en la soledad del claustro que en el bullicio del mundo” (MR 22,14) Los revolucionarios le quemaron su convento y por las leyes desamortizadoras deberá vivir el resto de su vida como exclaustrado, por obediencia a sus superiores se ordenó sacerdote, la búsqueda de su amada continuó a través del ejercicio del ministerio sacerdotal. “La amaba, y mi amor buscaba ocasiones para acreditarse ante sus ojos como verdadero amante ofreciéndole la vida, pero ella no quiso el sacrificio de mi sangre; y se manifestaba en medio de la más oscura noche, y entre las tinieblas se presentaba encubierta, y tan de lejos que ni su bulto y menos su sombra dejaba ver. Y no obstante, el amor la buscaba, resuelto a todo sacrificio por ella” (MR 15,3). “Desde los 21 años de mi edad hasta los 33, cosa extraña, yo amaba con tal pasión, que busqué mil ocasiones para acreditar que daba y ofrecía mi vida y mi sangre en testimonio de mi lealtad; y la Amaba me salvó la vida mil veces expuesta a los peligros de una guerra tal cual la sostuvo España, mi patria, contra sí misma. <>. Soy vivo porque mi Amada no aceptó el sacrifico. Cosa rara: yo no la conocía, y la buscaba, pero entre velos la miraba gloriosa en el empíreo; y creyendo que sólo allí podía verla, deseaba acabara pronto mi vida sacrificada y consagrada a su amor” (MR 10,14). La situación de España empeora y tiene que exiliarse a Francia, allí dedica su vida a interceder en favor de la Iglesia a la que ama más que a las niñas de sus ojos. No sólo ora sino que reflexiona sobre el misterio de la Iglesia, pero durante años no pudo tener de la Iglesia más que una noción muy abstracta, por otro lado él seguía buscando a su cosa amada. Pero es en esta época en la que entra en una profunda noche interior, que él describe con trazos bien expresivos: “Y a los 31 años de mi edad empecé a morir viviendo y a vivir muriendo, una vida tan horrorosa a mi vista, tan amarga, que me horripila mis carnes al escribirlo: Dios entregó mi alma en poder de los demonios; y parece tenían fuerza de mí cuanto les placía. Y esta vida duró hasta la edad de 50 años, esto es, 17 años seguidos, sin un día de luz ni de interrupción. En este tiempo el amor no sólo se extinguió, sino que levantando siempre más sus llamas, llegó a tal exceso que ya no me fue posible soportar más mi situación. Yo amaba con pasión, y, cosa extraña, ni conocía a mi Amada ni esta se relacionaba conmigo” (MR 10,15). Dirá de esta época: “Perdidas las esperanzas de morir por tu amor, hallándome en la flor de mi edad, no pudiendo soportar la llama del amor que ardía dentro de mi pecho viviendo entre los hombres, me resolví en mi edad viril vivir solitario en los desiertos. Te llamé y no me respondiste, te busqué dentro el seno de los montes, en medio de los bosques, sobre la cima de las peñas solitarias, y no te hallé. En la soledad del monte marchité mi virilidad en busca de ti; (...) ¿Dónde estabas entonces? ¡Ah, estabas tan cerca y yo no lo sabía, estabas dentro de mí mismo y yo te buscaba tan lejos! ¿Por qué no te hicisteis visible?” (MR 22, 16). Una vez conocida su persona Amada, se lamentará de no haberla conocido antes: “Yo tengo ahora ya 54 años, no ha más allá de cuatro años que te conozco. ¡Cuán perdido ha andado mi corazón sin ti! ¿Por qué no te revelaste a mi juventud? ¡Cuán diferentes hubieran sido mis obras! Una sola palabra salida de tus labios hubiera bastado para advertirme de que eres tú mi cosa amada que buscaba. Hasta hallarte, mi corazón ha ido siempre en pos de ti preguntando por su Amada; más ¡ay! Nadie me daba razón de ti” (MR 7,14). Después de 40 años de búsqueda ya no esperaba que pudiera conocer su cosa amada en este mundo: “Por fin, estaba yo muy lejos de pensar que en esta vida miserable la cosa amaba se comunicara con su amante; y bastó un día una sola palabra salida de sus labios para que mi corazón la conociera” (MR 10,16). Se le revela la Iglesia como una persona mística, primero figurada en una bellísima joven que el Padre le da por Hija. ”Por fin, pasados cuarenta años en busca de ti, te hallé. Te hallé porque tú me saliste al encuentro, te hallé por que tú te distes a conocer” (MR 22,17). En sus soliloquios con la Iglesia ésta le dirá: “-si no me conocías, ¿por qué me buscabas? ¿Cómo podías hallarme ni ir en busca de mí? –me dijo- Mi Amada”. A lo cual él responderá: “-Mí corazón amaba lo infinitamente bello, pero de esta belleza no tenía más que una idea confusa; la buscaba porque sabía existía. ¿Por qué no te diste a conocer más temprano?” (MR 22,17). En la oración comprenderá que la revelación de la Iglesia como persona mística se debía realizar progresivamente. “- Yo (la Iglesia) soy un objeto infinitamente bello, bueno amable y deleitable; el corazón humano es cosa tan pequeña con respeto a mí, que no cabe dentro tanta grandeza, y por esto yo me he manifestado poco a poco y bajo mil formas y maneras; y ahora me manifiesto casi sin velos, porque tu entendimiento está ya dispuesto a recibir mi presencia en idea, especie, forma, figura o imagen. No obstante todos estos preparativos, apenas crees; tan pequeño es el individuo con respeto a objeto tan grandioso. Yo soy Dios y tus prójimos, yo soy en Cristo cabeza el gran cuerpo moral de su Iglesia cuyos miembros son todos los predestinados a la gloria; y este cuerpo moral es tan grandioso, que no cabe en el entendimiento humano sino apenas la idea, figura o imagen, y para ésta es aún preciso ensancharle, dilatarle y engrandecerle, cuya operación no puede hacerse sino con tiempo, poco a poco, cooperando el amante. A proporción que entre la idea, noticia o imagen de mí en el entendimiento, el corazón se dilata, se ensancha y se dispone para unirse conmigo en amor; y ésta es también obra del tiempo” (MR 22,18). 2. El P. Palau como hijo de la Iglesia En su época, la Iglesia estaba atacada por todos los frentes, surgió en el corazón del beato Francisco Palau, un profundo amor filial hacia su Madre la Iglesia: “Tú, Amada mía, eres mi madre, y hay entre los dos relaciones de hijo a madre. Eres mi madre: según el orden físico, tu Espíritu, (...) después de haberme dado el ser y la vida de gracia por el bautismo. En el curso de mi vida, tú, oh Iglesia, santa, me has amamantado de la leche de tu doctrina, y con tu Espíritu vivificador me has sostenido como buena madre en el seno de tu amor. ¡Cuántos consejos internos, cuántas inspiraciones! ¡De cuántos males, oh Madre, la más tierna, me has preservado sin yo saberlo! Las relaciones de madre a hijo, y viceversa, están fundadas en el amor maternal y filial. Yo no te conocía, oh madre tierna, y tu para dar calor a mis resoluciones santas, me apretabas a tus pechos y fomentabas mi piedad y devoción y el amor a cosas santas y eclesiásticas” (MR 22, 23) Al poco tiempo de vivir exclaustrado, siguiendo las orientaciones de sus superiores, fue ordenado sacerdote; él mismo escribió: "Habiéndome la Iglesia por ministerio de uno de sus pastores impuesto las manos sobre mi cabeza, el espíritu del Señor, que vivifica ese cuerpo moral, me mudó en otro hombre, a saber en uno de sus ministros, en uno de sus representantes sobre el altar, en sacerdote del Altísimo. Cuando con el incensario en la mano por vez primera subí las gradas del altar, para ofrecer a Dios el perfume de las plegarias del pueblo (Ap 8,33), mi patria era un cementerio cubierto de esqueletos. Por mi ministerio estaba yo, como ministro del altar, como sacerdote, comprometido a luchar con el ángel vengador que había manchado su espada con la sangre de mis conciudadanos y de mis hermanos los ministros del santuario. No podía yo presentarme en el campo de batalla sin armas (...) tomé, pues, del arsenal del templo del Señor una armadura del todo espiritual (Ef 6,13) como son la cruz, el saco y el cilicio, la penitencia y la pobreza, juntamente con la plegaria y la predicación del Evangelio" (VS 5,18-19). Cuando los liberales tenían el poder en España durante primera mitad del siglo XIX llevaron a término una persecución sistemática con el objetivo de someter a la Iglesia: “con el hundimiento económico de la institución eclesiástica (supresión del diezmo, y la desamortización); reducción del estamento clerical (control de las ordenaciones sacerdotales, exclaustración y supresión de beneficios) y el deseo de intervenir en el gobierno jerárquico de la Iglesia española con la intención de desvincularla lo más posible de Roma (expulsión de nuncios, de obispos recalcitrantes, inclinaciones cismáticas en algunos proyectos)” El P. Palau era consciente de la grave situación que vivía la Iglesia en España, por los largos años de persecución sistemática contra la Iglesia, los asesinatos de religiosos en distintas ciudades. Él mismo vivió en su propia carne esta persecución a muerte. También vivió en su propio convento la división interna en la misma Iglesia, entre los partidarios de retornar al Antiguo Régimen y los simpatizantes de las ideas liberales. En tiempos de las guerras carlistas, a petición de los obispos de Cataluña, predicó por distintos pueblos la urgencia de la conversión y de la paz. En estas correrías misionales pudo presenciar cómo algunos eclesiásticos del clero bajo habían tomado las armas para defender los privilegios de la Iglesia. Él nunca quiso tomar una arma, ya que lo consideraba incompatible con el sacerdocio. Por la exclaustración de los religiosos, con pocos sacerdotes con el progresivo envejecimiento ya que no se podían ordenar de nuevos, la mayor parte de las diócesis sin obispos, el trauma que significó que eclesiásticos tomaran las armas... dejó a la Iglesia en España exhausta, sin capacidad de reacción para sobreponerse a las circunstancias. El beato Francisco Palau, que vivió trágicamente estas vicisitudes, escribió: "El cuerpo de la Iglesia de España está devorada por un cáncer espantoso, que sólo un milagro de la Omnipotencia lo puede curar. Toda medicina humana se hace inútil; sólo la mano de Dios puede curar sus llagas, y para que las cure es necesario que se lo pidamos. La oración, pues, es la única medicina que queda a la Iglesia de España para que sea salva; y para que esta oración se haga debidamente es necesaria la virtud del Espíritu Santo" (LAD In., 17-18). La grave situación que se vivía en España afectaba profundamente a la dimensión de la Iglesia como sacramento salvación: “Cuántas almas serán seguramente precipitadas en el infierno que, si hubiesen tenido la dicha de morir en los tiempos de gloria y esplendor para la santa Iglesia, se hubieran tal vez salvado por los cuidados y solicitud de esta buena madre” (LAD Int. 21). ”Sin sacerdotes, sin fiestas ni solemnidades, sin el dulce y confortativo pan de la Eucaristía y las cristalinas aguas de los demás sacramentos, sin el pasto de la predicación libre de la divina palabra ¿qué será de mí y de mis pobres hijos?” (LAD IV, 32). Además el desánimo cundía por doquier: Pondrá en boca de la Iglesia: “Para el colmo de mi aflicción se ha esparcido un rumor melancólico, una voz triste repiten mis hijos estimados, que, perdida toda esperanza, ya dicen: “No hay remedio para nuestra madre; está ya abandonada de Dios España; no pensemos ya más en ella; nuestra patria ya es presa del demonio; dejémosla, y vámonos a otras naciones”. ¡Ah, hijos míos! Vuelvo a decir, la medicina para curar mis males en vuestra mano está” (LAD IV,32). Como otro libro de lamentaciones pondrá en boca de la Iglesia: “el mar de lágrimas en que veo anegada en España a mi desconsolada madre la Iglesia, las profundas llagas que abre en su seno la impiedad, los peligros en que me veo, el medio único que le queda para ser salva, que es la oración y el sacrificio, el extraño olvido en que no pocos de sus hijos están de aplicarle esta medicina única, la falta de instrucción sobre la necesidad, utilidad, obligación y el modo de hacerse la oración por la salvación de la Iglesia” (LAD, Int. 37). El P. Palau no se dejó vencer por el fatalismo o la resignación, como sucedió en muchos de sus contemporáneos. Para él la Iglesia era algo trascendental. "Los estragos que sufre en el suelo patrio producen en su espíritu una sensación dolorosa similar a la que experimentara otrora la Madre Teresa frente a los luteranos franceses. Similar también la reacción interior: aplicar el remedio de la oración y del sacrificio; contagiar a otras almas los mismos deseos y propósitos" . La proyección apostólica de la oración brotan espontáneamente de su vocación carmelitana-teresiana. Él veía que el único remedio era implorar constantemente la ayuda de Dios con una oración perseverante y confiada, además de vivir el Evangelio con radicalidad. Oraba por la Iglesia en España como un hijo ora por su madre que está enferma de muerte y sólo la oración puede curar y sanar. En su libro Lucha del alma con Dios, redactado en forma de diálogo entre el alma orante y el director espiritual que le instruye en el arte de interceder ante Dios, pondrá en boca del alma orante sus propios sentimientos filiales hacia la Iglesia de España: “Yo soy la más triste y angustiada entre las hijas de España. Vos veis la situación en que se halla mi querida madre. (...) ¿Me será posible el reposo? ¡Ah! Sería menester que me quitarais las entrañas de hija para con una madre que amo más que a las niñas de mis ojos. (...) ¡Oh salud de mi madre no me deja ni un instante de reposo. Para aliviar mis males quisiera olvidarlos, pero el amor despierta su memoria. Señor, ¿hay remedio para las profundas llagas de mi alma? O curádmelas o quitadme la vida, pues no me es dable vivir más tiempos con ellas”(LAD IV, 4). Seguirá diciendo: “¿Estas almas poseídas del Espíritu Santo, viendo el miembro de la Iglesia a la que ellas pertenecen, en peligro gravísimo de muerte por mas que ellas sean miembros sano, ¿podrán tener reposo ni descanso? ¿podrán día y noche ocuparse en otra cosa que en gritar y clamar a Dios por la salvación de la Iglesia” (LAD Intro. 19). El P. Palau no sólo estará lleno de dolor por la situación de la Iglesia de España sino que además hará tomar responsabilidad del amor filial que todo bautizado tiene con su madre la Iglesia: “Todos los españoles sin excepción tenemos obligación estrechísima de ocuparnos en ella. Esta obligación entre otros motivos se funda en el amor filial que debemos tener a la que es nuestra espiritual madre. Esta madre tiernísima está en peligros y angustias de muerte y, siendo la oración debidamente dirigida a Dios por su salud una medicina eficaz, la única que puede restablecerla, es un riguroso deber nuestro el ofrecérsela y tanto más cuanto la tenemos en nuestras manos. (...) Dé V. Una mirada sobre la madre que la engendró en el bautismo y la parió a Jesucristo por el sacramento de la fe. Mire la triste situación en que se halla la Iglesia en España y, al verla cubierta de llagas, cargada de horrorosas cadenas, puesta en las angustias de la muerte y que si no le viene pronto el auxilio de lo alto va a exhalar su última aliento” (LAD, Intro, 20) Después de exponer la situación en que se encuentra la Iglesia, habla de los remedios para poderla sanar: “Los médicos de la madre espiritual de V. No son otros que el Padre eterno y su unigénito Hijo y su medicina la oración en virtud del Espíritu Santo. Y esta oración dirigida eficazmente al Padre y al Hijo para su remedio es medicina tan eficaz que ella sola basta para curarla enteramente de todas sus llagas. Esta medicina está en la mano de V., y tal podría ser la fe de V. Que bastara V. Sola para retornarle su perfecta salud” (LAD, Intro. 20). En Francia donde estaba exiliado descubre que las desgracias sufridas por la Iglesia en España también amenazan a las otras Iglesias. Como él mismo escribe: "En esta lucha me limitaba al principio a sostener la causa de mis conciudadanos y de mis cohermanos, pero vomitado por la revolución al otro lado de los Pirineos, y habiéndome apercibido en mi destierro de que esta misma espada, que tan espantosa carnicería hacia en España, amenazaba igualmente a las demás naciones en que se profesaba la religión católica, decidíme desde entonces a fijar mi residencia en los más desiertos, salvajes y solitarios lugares, para contemplar con menos ocasión de distracciones los designios de la divina Providencia sobre la sociedad y sobre la Iglesia" (VS 5,20). Fue una oración realizada no en medio de goces espirituales, sino desde una densa noche interior. Él mismo escribió refiriéndose a esta etapa de su vida: "A los 31 años de mi edad empecé a morir viviendo y a vivir muriendo (...) Y esta vida duró hasta la edad de 50 años, esto es, 17 años seguidos, sin un día de luz ni de interrupción"(MR 10,15). Desde un profundo amor a la Iglesia y una gran confianza en Dios, que escucha las oraciones que se hacen en favor de la Iglesia, pudo permanecer fiel a esta súplica incesante a en el transcurso de once años de su vida, en la que no deja de suplicar a Dios que se apiade de la Iglesia de España, y muestre su misericordia. Sólo así podrá colaborar en cambiar totalmente la suerte de la Iglesia en España. La intercesión, hecha desde las profundidades de la tierra en las cuevas o viviendo en una ermita en la máxima austeridad, fue su vida durante su estancia en Francia. Desde allí acompaño eficazmente con su fe hecha plegaria ardiente, todos los acontecimientos de los momentos de gran persecución de 1840 hasta la reconstrucción progresiva de la Iglesia en España, que se afianzó con la firma del Concordato de 1851. 3. El sacerdote padre de la Iglesia El beato Francisco Palau fue tan fiel en ayudar a la Iglesia como un hijo ayuda a su madre necesitada, con el único remedio que la podía curar, que era interceder constantemente por ella, Dios que nunca se deja vencer en generosidad, le hace participar de su paternidad espiritual sobre la Iglesia. Esta gracia le fue concedida al beato Francisco Palau en 1860 cuando él se preparaba para dar la bendición final a la misión que había predicado en la Iglesia-catedral de Ciutadella (Menorca). Él relata esta experiencia que cambió radicalmente su vida espiritual de la siguiente forma: “Una tarde estaba yo en una iglesia-catedral esperando llegase la hora de la función. En ella había de dar la bendición última que se acostumbraba, después de concluida una misión. Y fue mi espíritu transportado ante el trono de Dios: estaba en él un respetable anciano, millares de ángeles le administraban. Uno de ellos vino a mí y traía en sus manos una ropa blanca de oro purísimo, especie de estola. Así vestido, el que estaba en el trono sentado me llamó, y me presenté de pie sobre un altar que allí había. El anciano me dijo diese en su nombre la bendición: me volví contra el altar y vi a sus gradas una bellísima Joven, vestida de gloria; sus ropas blancas como la luz; no pude verla sino envuelta de luz y no me fue posible distinguir de ella otra cosa más que el bulto, porque no se podía mirar. Cubría su cabeza un velo finísimo. Oí una voz que salía del trono de Dios y me decía: Tú eres sacerdote del Altísimo; bendice, y aquel a quien tú bendecirás será bendito; y lo que tu maldecirás, será maldito. Esa es mi Hija muy amada. En ella tengo mis complacencias: dale mi bendición. Los príncipes del Reino de Dios hacían corte a la Joven y se arrodilló ante el altar; recibió mi bendición y desapareció toda aquella visión (...) Llegada la hora de la función, mientras subía al púlpito, oí la voz del Padre que me dijo: bendice a mi amada Hija y a tu Hija" (MR 2, 1-2). Esta comprensión de la Iglesia como persona mística, fue una revelación sobrenatural, pero a la vez culminación de todo un proceso interior, así lo describe en Mis Relaciones, su diario espiritual: “¡Iglesia Santa! Veinte años hacía que te buscaba: te miraba y no te conocía. (Le responde la Iglesia) Yo me he descubierto poco a poco. Has visto primero mi cuerpo, todas mis partes, mi constitución física y moral, las funciones de mis miembros y mi poder(...)Y ahora te descubro mi cara, te revelo mi espíritu y te muestro mi corazón y mi amor para contigo, porque tu amor para conmigo, tu lealtad, tu fidelidad no ha desfallecido en las pruebas duras, largas y pesadas a que por ordenación de mi Padre has sido expuesto" (MR 3, 1,3). Esta experiencia mística transformará toda su vida espiritual. La Iglesia no es una ciudad, ni una casa, es una persona mística, una persona viviente con la que se puede establecer relaciones. El paso de una concepción de la Iglesia como una realidad abstracta, a un ente vivo, fue consecuencia de esta visión sobre la Iglesia que tuvo en la Catedral-Iglesia de Ciutadella. Todo lo que había meditado sobre la naturaleza de la Iglesia, se simplificaba en una bellísima Joven, que el Padre le da por hija. Nos dice que "Desde aquel día principié a invocarla y a llamarla ¡Hija de mi amado Padre!... Estaba bien lejos de llamarla Hija mía" (MR 2, 4). Como en el corazón de cada mujer existe en potencia el amor maternal, la gracia que el P. Palau recibió en Ciutadella despertó en él el amor paternal que hay en el interior de cada hombre. Esta experiencia interior, inauguró en él una relación de amor paternal hacia aquella bellísima joven que el Padre le daba por Hija. Poco a poco fue llamándola hija suya, comprendía que Dios le hacía partícipe de su paternidad, a la vez oía en su interior que esta joven como representación de la Iglesia, le llamada padre: "¿Padre mío, dame tu bendición!, ¿Quién eres tú? Soy tu Hija, la Iglesia santa, peregrina sobre la tierra" (MR 8,9). Sabe que la participación en la paternidad divina sobre la Iglesia le exige su entrega, por ello dirá: “El Padre celestial me la ha dado por Hija, y desde entonces yo debo cumplir para con ella mis deberes de padre. Si he de juzgar de mi amor para contigo por lo que peno y sufro por ti, mucho debo amarte, porque sufro mucho por ti” (MR 4, 2). Le responderá la Iglesia “Si me amas, cuida de mí; mis intereses sean tus intereses, mi gloria sea tu gloria” (MR 4, 2). Expresiones de esta vivencia de paternidad están esparcidas a lo largo de "Mis Relaciones” su diario íntimo: "Ando como un padre de familia que viendo a su hija adorada entre las uñas del león, sin calcular sus fuerzas se echa sobre él para salvarla. Soy como un pobre padre de familia que anda sobre las llamas, que se precipita sobre lo profundo de las aguas para salvar a su hija; y como el amor todo lo cree posible, sin mirar si tiene o no medios de salvación, se mata, se arruina, se precipita" (MR 9,29). La Iglesia le reafirmará: “Mi Padre celestial te dio para conmigo amor de padre, y me dijo a mí: <>, y a ti: <>, y desde entonces, devorado por el amor de padre para conmigo, buscas ocasiones de servirme y acreditar tu amor paternal” (MR 17,4). Al cuidado de esta Hija se entregó totalmente “Jesús mío, he ido a vuestro Padre y a mi Padre; me ha mostrado su Hija unigénita y me ha dicho: “Mi Hija muy amada es tu Hija”. Puesto que en su eterna sabiduría así lo ha dispuesto, yo me rindo y me sujeto... (...) Estoy a su servicio; Señor Dios mío, mandadme, reveladme lo que queréis que haga para agradarla y complacerla. Vos sabéis que sobre el altar de la cruz tengo por ella sacrificada mi vida, mi reposo y todo cuanto tengo de más caro”(MR 7,5). Uno de los primeros frutos de esta paternidad sobre la Iglesia, se concretó muy poco tiempo después de la gracia en la Iglesia-catedral de Ciutadella en la fundación de dos congregaciones religiosas, los hermanos y las hermanas Terciarios Carmelitas. Los primeros se extinguieron después de la guerra civil. Pero a raíz de su muerte la congregación de las hermanas se dividieron en dos, las Carmelitas Misioneras Teresianas y las Carmelitas Misioneras. Hoy día son más de 2.700 hermanas esparcidas por todos los continentes, que procuran testimoniar cuan bella es la Iglesia para que todos la amen. Esta paternidad sobre la Iglesia también le renovará interiormente para entregarse totalmente al servicio de la evangelización, de forma concreta en la reevangelización de isla de Ibiza, donde estuvo confinado por las autoridades civiles desde 1854-1860. La reevangelización de la isla se hizo urgente después del el asesinato de un sacerdote. El gobernador eclesiástico de Ibiza pidió la ayuda del bto. Francisco Palau. Él se sintió exigido interiormente a servir a la isla de Ibiza como un padre se cuida de su hija necesitada y se entregó de lleno a esta tarea. Predicó en diversas ocasiones ejercicios espirituales a los sacerdotes para avivar en ellos un verdadero celo apostólico. Predicó en muchas de las parroquias de la isla, consiguiendo una verdadera renovación espiritual. Ibiza también necesitaba una verdadera transformación en el ámbito cultural y social. Desde sus contactos con las autoridades y por medio de la prensa, consiguió mejoras sociales, urbanísticas, centros de enseñanza y servicios sanitarios. Desde de la prensa reclamó que la isla de Ibiza tuviera obispo propio, hecho que no sucedió hasta 1927. En su interior sentirá el agradecimiento de la Iglesia de Ibiza por todos sus desvelos apostólicos, “¡Cuán agradecida estoy a tus sacrificios! ¡Oh, cuánto puede el amor de un padre!”(MR 7,8). Él tendrá necesidad de que se vaya clarificando su paternidad respecto a la Iglesia de Ibiza, y en estos diálogos interiores ayudado por la gracia del Espíritu Santo irá recibiendo luz para ir comprendiendo progresivamente su paternidad sobre la Iglesia. “¿Quién eres, tu hija mía? – Yo soy todas las parroquias de Ibiza unidas a Cristo, mi Cabeza. (...) ¿Tú eres hija mía? – Sí, yo soy hija tuya. -Explícate un poquito más claro. –La palabra divina que administras es la semilla, que, recibida en el corazón de esta Isla, forma las almas según la ley a imagen de Dios. La palabra divina recibida en el corazón, reducida a obras, es el Hijo y la Hija de Dios: es la que engendra y da vida a las almas: y esa Hija de Dios formada a semejanza suya en virtud de la palabra que derramas en el corazón de la Madre, la Iglesia, soy yo. Eres mi padre, y con este dulce nombre yo oigo la palabra de vida que por tu boca pronuncia mi Padre celestial. Yo soy la isla de Ibiza, regenerada a la vida en virtud del verbo Dios. Esto que te digo es una realidad” (MR 7,9). Este es uno de los ejemplos que la más sublime experiencia mística, el ser partícipe de la paternidad de Dios sobre la Iglesia, convierte al sacerdote en un fecundo evangelizador de los pueblos, haciendo que una diócesis con graves problemas se levante y empiece a andar. Con razón se llama al bto. Francisco Palau apóstol de Ibiza.

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