EL OBISPO: HERMANO, PADRE Y ESPOSO DE LA IGLESIA

 

                                                                      SUMARIO

 

I. LOS PASTORES Y LA VIDA DE ORACIÓN: 1. La urgencia de la oración en un mundo en crisis,

2.  Vivencia y crisis de oración en los pastores, 3. Las dificultades de la vida de oración, 4. Condiciones para una vida de oración, 5. Jesús modelo y maestro de oración. II. TERESA DE JESÚS, TESTIMONIO DE  ORACION: 1.La oración como experiencia dolorosa en Teresa de Jesús. 2. Dios obra misericordia en Teresa de Jesús, 3. Método teresiano de la oración, 4. Los grados de la oración mística, 5. Vivencia esponsal, 6. Valoración hoy de la experiencia teresiana de oración.III. EL SACERDOTE:  HIJO, PADRE Y ESPOSO DE LA IGLESIA EN EL BTO.  F.  PALAU, 1.La larga búsqueda de la cosa amada, 2.  El P. Palau como hijo de la Iglesia, 3. El sacerdote padre de la Iglesia, 4. La paternidad sobre los hijos más necesitados de la Iglesia, 5. María medianera del enlace nupcial entre el sacerdote y la Iglesia, 6.  La Iglesia como esposa del sacerdote, 7. Proclamar y defender  la belleza de la Iglesia, 8. El sacerdocio en el P. Palau, 9. Proyección eclesial de la experiencia espiritual del bto. Francisco Palau.

IV. EL OBISPO EN SU RELACIÓN CON LA IGLESIA. 1.EL OBISPO, UN HOMBRE  ORANTE: 1.1. El obispo un hombre de oración, 1.2. El obispo, el intercesor de su pueblo, 1.3. Orar unos por otros para fortalecernos en la vida orante. 2. EL OBISPO HERMANO, 2.1. El obispo, como hermano de los bautizados, 2.2. El obispo y su relación con el Hermano.3. El OBISPO COMO PADRE: 3.1. El obispo padre de la diócesis, 3.2. La solicitud pastoral del obispo hacia su “Hija” la Iglesia particular: 3.3. El obispo padre y amigo de los sacerdotes, 3.4. El obispo padre y pastor de los sacerdotes secularizados. EL OBISPO ESPOSO DE LA IGLESIA: 4.1. Dios esposo del pueblo de Israel, 4.2. Cristo esposo de la Iglesia, 4.3.  El obispo esposo de la Iglesia en la Tradición, 4.4. El obispo esposo de la Iglesia en la liturgia de la consagración episcopal, 4.5. El celibato del obispo.

 

 

                                               INTRODUCCION

 

La X Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los obispos tuvo como lema “El obispo, servidor del Evangelio de Jesucristo para la esperanza del mundo”. Ciertamente que una de las dimensiones que pueden hacer posible que el obispo pueda en verdad ser hombre de esperanza es a través de una profunda vida de oración, ya que la oración es el lugar  privilegiado para acoger y personalizar la Revelación, para dar luego testimonio a los hombres de que Dios es un Padre lleno de entrañas de misericordia  y que Cristo en verdad el Salvador y fuente de salvación.

            De las muchas dimensiones que se profundizó en el Sínodo de los obispos sobre el episcopado,  sólo intento profundizar en la oración como unión con Dios. Y de los símbolos de la consagración episcopal sólo profundizaré en el anillo como signo del  desposorio del obispo con la  Iglesia en el sentido de la fidelidad esponsal.

Este estudio ha sido redactado a partir de la clave que a través de la oración el hombre abre la posibilidad a que Dios le llene de sus dones, y que estos son siempre mayores de lo que el hombre pudiera nunca sospechar y desear. Por ello se ha expuesto el itinerario oracional de dos grandes orantes y místicos: santa Teresa de Jesús y el bto. Francisco Palau. En los dos existe un itinerario parecido: vida de oración, intercesión por el bien de la Iglesia, maternidad o paternidad espiritual  y profunda dimensión esponsal.

Siguiendo este esquema, primero se presenta la vida de oración del pastor con sus dificultades, recordando las condiciones que se han de tener en cuenta para vivir una vida de oración, y proponiendo a Cristo como modelo y maestro de oración.

A  través de  la pedagogía oracional de Teresa se puede iluminar la vida oracional de todo pastor, ya que abarca la vida de oración desde los inicios hasta la cumbre de la unión con Dios, a través del matrimonio espiritual.

A partir del testimonio de Teresa de Jesús y de sus enseñanzas sobre la vida de oración, se va preparando la comprensión para entender la vivencia eclesial del beato Francisco Palau, que es la aportación más nueva que se hace en este estudio.

Luego  a partir de la Escritura y de la Tradición de la Iglesia se profundiza en las categorías relacionales del obispo con la Iglesia: la fraternidad, ser hermano con los hermanos y con el Hermano;  paternidad, propia de la responsabilidad del ejercicio ministerial; y esponsal propia de la espiritualidad. Ciertamente que el apartado sobre el obispo como hermano es la menos amplia y profunda, ya que el teólogo que me lo revisó me indicó que debía incluir esta dimensión, y yo no disponía ni de material bibliográfico ni tiempo para profundizar en ello, en cambio las otras dimensiones han sido redactadas después de varios años de búsqueda bibliográfica, investigación y reflexión.  

El protagonista por excelencia de este escrito es el obispo, aunque aporte el testimonio de  los grandes orantes y místicos del Carmelo. Pero su testimonio tiene por objetivo iluminar la vida espiritual y de oración del obispo, como es sin duda la experiencia eclesial del sacerdote como esposo y padre de la  Iglesia vivida místicamente por el beato Francisco Palau[1], con una intensidad tal que no se encuentra testimonio semejante al suyo en la espiritualidad de la Iglesia.

            En la redacción de este estudio he procurado seguir la consigna de Pablo VI, “El hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan, o si escuchan a los que enseñan es porque dan testimonio” (EN 41). Por ello a partir de las enseñanzas de la Escritura y del  Magisterio de la Iglesia he procurado poner testimonios, en particular de obispos, que sean significativos, para que pueda mejor comprenderse el sentido teológico de las distintas categorías relacionales del obispo, como hermano, padre y esposo de la Iglesia y como hombre orante.

Este escrito ha sido revisado por el teólogo Mn. Peio Sánchez, quien me ha dado indicaciones oportunas para la mejor comprensión del mensaje que quiero comunicar. Mons. Esquerda, director del Centro Internacional de Animación Misionera con sede en Roma, me reafirmó que “En  el P. Palau existe el desposorio de él con la Iglesia. Por tanto parece entrar de lleno en la línea sacerdotal de representar a Cristo Esposo. Pero en él este desposorio con la Iglesia tiene también rasgos marianos”[2].

 Todo el escrito está impregnado de un profundo amor a los obispos, y mi único objetivo es que los obispos tengan vida en abundancia, para que la puedan comunicar a las Iglesias particulares que les han sido encomendadas.

Pido disculpas por las deficiencias que a nivel lingüístico se podrán constatar en el presente escrito, pero no he podido dedicarle más tiempo a su revisión.

Si en algo he errado o me he apartado de la fe de la Iglesia, estoy dispuesta a rectificarlo, ya que como santa Teresa mi mayor gloria será vivir y morir como hija de la Iglesia.

 

 

I. LOS PASTORES Y LA VIDA DE ORACIÓN

 

Ante la crisis de oración que hace decenios afecta de forma profunda la vida de muchos cristianos, incluso pastores de la Iglesia, es importante constatar consecuencias que tiene para la vida del sacerdote la falta de oración, para luego descubrir las causas y poner el remedio más oportuno, teniendo en cuenta las condiciones necesarias para que pueda fructificar una vida de oración, siendo Cristo siempre nuestro modelo de hombre orante y maestro de oración.

 

            1. La urgencia de la oración en un mundo en crisis

 

            Desde hace unas décadas asistimos a una verdadera crisis de oración. Esta crisis en vez de resolverse se agrava, así lo señala explícitamente E. Bianchi: “La insistencia tan marcada, y a veces exclusiva en los últimos decenios, en la dimensión comunitaria, colectiva y litúrgica de la oración desligada de un esfuerzo análogo de catequesis y educación de la oración personal, corre el riesgo de ahondar el foso entre la oración  y vida (...) Además, si frente a la oración, mas que objeciones articuladas (como las que en los años sesenta y setenta se hacían a la oración) se advierten, por parte de los cristianos mismos, <<indiferencia e inconsciencia>> hasta llegar a no percibir  que la oración es absolutamente vital para la existencia cristiana[3]

Es de vital importancia para la vida cristiana recuperar el valor de la oración sino el proceso de descritianización existente actualmente, sobre todo en los países de la vieja Europa, se llevará acabo a marchas forzada. Para hacer frente a esta situación de crisis oracional, se necesitan hombres y mujeres espirituales y maestros de oración, pero estos no se improvisan de un momento a otro.

Por ello Juan Pablo II en Novo Millenio Ineunte llamará la atención de la importancia de la vida de oración en todo el pueblo cristiano: “Ante tantos modos en que el mundo de hoy pone a prueba la fe, no sólo serían cristianos mediocres, sino «cristianos con riesgo». En efecto, correrían el riesgo insidioso de que su fe se debilitara progresivamente, y quizás acabarían por ceder a la seducción de los sucedáneos, acogiendo propuestas religiosas alternativas y transigiendo incluso con formas extravagantes de superstición. Hace falta, pues, que la educación en la oración se convierta de alguna manera en un punto determinante de toda programación pastoral” (n. 34). “Es necesario un cristianismo que se distinga ante todo en el arte de la oración” (n. 32).  

 

2. Vivencia y crisis de oración en los pastores

 

Es algo fundamental para la vida de la Iglesia la oración del pastor. Como decía Mons. José Méndez Asensio, que fue arzobispo de Pamplona: “La Iglesia será pobre con unos pastores pobres. La Iglesia se sentirá tremendamente empobrecida con unos sacerdotes que no fueran hombres de oración”[4].

En 1970, G. Broccolo, hombre plenamente entregado a la tarea de la formación de los seminaristas y del clero, expresaba su preocupación por la falta de oración en los sacerdotes: “Es cierto, y no queda más remedio que admitirlo honradamente, que hay sacerdotes y seminaristas que no oran en absoluto. Igualmente evidente es el hecho de que algunos sacerdotes no oran en ningún sentido, incluso cuando están presidiendo la eucaristía. La Iglesia de nuestros días está sufriendo las espantosas consecuencias de esta desgraciada anomalía. Sin embargo, el caso más común parece ser no el de los sacerdotes que no oran, sino el de los sacerdotes y seminaristas que emplean hoy nuevas forma de oración. La cuestión crítica consiste en saber si estas nuevas formas son o no tan válidas, tan auténticas como las formas más tradicionales, en el sentido de verdadera oración”[5].

En 1972, en una semana dedicada al tema “Oración y el ministerio sacerdotal” Mons. Mendez Asensio reflexionaba, sobre la pregunta: ¿está infravalorada la oración en la vida sacerdotal?, a lo que respondía: “En mi vida de experiencia en otras tierras, de trato con sacerdotes sobre todo, he podido constatar: una supervaloración del trabajo, de la acción apostólica.  Ha habido este confusionismo producido por la idea de que la vida es oración, el trabajo es oración, y la caridad es la mejor oración. Y entre la vida activa tan requerida, tan pedida por nuestro pueblo, y el ejercicio del amor, tan evangélico, ha podido crearse durante algún tiempo esta infravaloración de la vida de oración. Sin embargo, yo, en la última etapa de mi vida sacerdotal, he advertido cómo vuelven las aguas a su cauce; cómo los sacerdotes están contemplando el empobrecimiento que supone para la vida sacerdotal la falta de oración; cómo se frustra toda la vida sacerdotal; cómo este hombre sin oración está de tal forma empobrecido que no puede hacer nada útil para aquella comunidad en la cual la Providencia le coloca[6].

El trabajo pastoral hace que el mismo pastor se dé cuenta de su empobrecimiento: “El obispo de hoy tiene que discernir los carismas; el sacerdote de hoy tiene que discernir en las almas esta lucha tan encontrada que hay en ese pequeño reducto del corazón. Con un mínimo de caridad, se siente impulsado a recurrir a la oración, porque está viendo que no puede iluminar un mundo tan difícil de iluminar como no sea recurriendo a la luz que sólo da la oración. Porque se va convenciendo, por la experiencia diaria, que la pura ciencia teológica o exegética no resuelve; que si el sacerdote no se ha inspirado en Jesús, en una vivencia personal, no podrá iluminar, no podrá discernir, no podrá ayudar a sus hermanos de la manera tan ilusionada y tan auténtica que él lleva dentro. (...) Porque el amor –la experiencia va diciéndoselo al sacerdote- se apaga cuando no tiene este fuego de la oración[7].

Señalaba también que el retorno a la oración de muchos sacerdotes procedía del amor que estos tienen a los miembros de la comunidad a ellos encomendada: “¡Cuántas veces el sacerdote ha podido volver a la oración que dejó después de haber sufrido en su propia carne el daño de su empobrecimiento! Cuando después de haber dejado el sacerdote su oración, no ha tenido nada que decir al pueblo, no ha tenido  riqueza personal para acercarse a los hombres. Entonces él ha visto cómo aquella ilusión de enriquecer a sus hermanos, de ayudar a sus hermanos, se frustraba por su propia pobreza; pobreza que en gran parte estaba radicada en su falta de oración. Aquel hombre no sabía ya dar nada en la predicación, en el trato personal, en la educación de la fe; en esa riqueza del diálogo y del coloquio interpersonal no tenía nada que decir. Entonces vuelve a la fuente, porque ve que se seca el corazón; y se seca la riqueza cuando no se acude al Señor en esta vida de oración[8].

A las objeciones que se hacían a la vida de oración por los años setenta, época de rotunda afirmación humana, en que mientras los curas estaban mascullando oraciones en una capilla, el pueblo se estaba alejando de Dios, él respondía: “Es cierto que tal vez todos los que ya tenemos algunos años hemos podido pecar de escondernos en el Señor y huir de la tormenta de la vida, escondernos con la mejor intención en el regazo del Señor y al calor de este regazo huir de los hombres. Pero también están experimentando hoy nuestros sacerdotes, lo experimentamos todos, que también podemos huir del Señor; porque también el Sermón del Monte y el Mandamiento Nuevo, cuando se abren los oídos del alma a la voz auténtica del Señor, pueden resultar menos hirientes pero más fuertemente dichos por la Palabra de Dios que por la palabra de los obreros o por la palabra de unos jóvenes. El riesgo que corremos siempre es que escamoteemos esta Palabra de Dios, huyamos de ella, porque también el Señor habla fuerte cuando quiere dirigirse a nosotros y cuando nosotros le abrimos los oídos del alma”[9].

Realmente la vida de oración del pastor es un verdadero servicio a la comunidad, porque la oración abre los horizontes de la historia salvífica de Dios, que es Padre de todos. Como dirá Mn. Esquerda Bifet[10], que ha animado en todo el mundo la acción misionera de la Iglesia, “Cuando falta la oración, falta también las iniciativas de apostolado y la toma de conciencia respecto a la responsabilidad evangelizadora. Entonces la palabra de Dios resuena a mensaje vacío, y se pierde el sentido cristiano de la existencia. (...) Sin la oración, la acción evangelizadora se desvirtuaría hasta convertirse en una acción <<humanitaria>> o <<filantrópica>>, entre tantas que ya existen y que no son necesariamente acción apostólica. Después de muchos sudores, el fruto redentor sería escaso, y el apóstol tendría la sensación de encontrarse con las manos vacías”[11].  

Mn. Joan Esquerda en su libro, “Nosotros somos testigos” que ha alimentado la vida pastoral y espiritual de tantos sacerdotes incluso de obispos, dice acerca del ministerio de la oración: “El Señor ha orado y ora por nuestra labor apostólica. La eficacia cristiana y sacerdotal no se mide por los efectos inmediatos; mas estos acostumbran a ser de crucifixión. Orar con Cristo es fuente de optimismo y de confianza. En la última cena, Cristo une el tema de la oración al del gozo (<<para que vuestro gozo sea completo>>). Cuando nosotros nos acercamos a alguna persona para anunciarle el Evangelio, ya hace tiempo que el Señor está allí. Precedió también  la oración personal del Señor por aquella persona o por aquella labor apostólica. Somos instrumentos vivos del Señor y hacemos presente su oración en la comunidad cristiana; más bien hacemos el servicio de que el Señor pueda hacer presente su oración creando comunidades de oración y ayudando a que haya personas de oración. Nuestro ministerio de la oración incluye el ser maestros de oración...”[12].

Ciertamente que en la comunicación “La oración y el ministerio sacerdotal” de Mons. Jose Mendez Asensio se muestra como un verdadero evangelizador de la oración en los sacerdotes, porque como dirá Pagola: “Sólo quien ama a los hombres y mujeres de hoy, con sus problemas y conflictos, con sus contradicciones y  miserias, con sus conquistas y sus fracasos, con sus anhelos y su pecado, esta capacitado para evangelizar”[13]. A través de este escrito que se ha ido comentando, Mons. Méndez  se muestra como un verdadero maestro de oración para los sacerdotes, ya muestra que es un pastor que ama a los sacerdotes, que intenta comprenderlos, descubrir sus motivaciones profundas  y desde allí hacerles avanzar en la vida de oración.

 

3. Las dificultades de la vida de oración

 

Aunque la misión del sacerdote y del obispo es sublime, puede experimentar como cualquier hombre o mujer la dificultad vivir una vida de oración, ya que esta puede estar  marcada por numerosas dificultades tanto de tipo psicológico, como espiritual. Escribe Carlos Domínguez: “El camino de la oración nunca ha sido fácil de andar, y en la historia de la espiritualidad se ha contado siempre con la posibilidad de múltiples extravíos[14].

Una verdadera vida de oración, exige en muchas ocasiones al orante un laborioso esfuerzo espiritual. Al abad Agató, cuando algunos  hermanos le interrogaban sobre la virtud que exigía más esfuerzo, él les respondió: “Credme, yo pienso que no hay nada que exija mayor esfuerzo que rezar a Dios. Ya que cada vez que un hombre quiere orar, los enemigos buscan de disuadirle; saben  efectivamente, que sólo puede resistir si ora a Dios. Sea cual sea el género de vida virtuosa que el hombre persiga, encontrará reposo si persevera en ella, pero la oración reclama el combate hasta el último respiro”[15].

 J. Van Cauwelaert, que da un bello testimonio  de la inserción de la  oración del obispo en su comunidad,  dirá: “Ante todo me siento solidario de todos los que luchan por mantenerse fieles a la oración y que han de estar levantándose siempre para volver a empezar[16].

La vida de oración no es fácil, y detrás de su sublimidad pueden existir muchas frustraciones. El obispo Robinson habla de esta dificultad del encuentro en profundidad del hombre con Dios, y que en no pocos espíritus provoca un extraño desconcierto. “Creo que los expertos  han suscitado en nosotros un profundo complejo de inferioridad. Nos dicen que ésta es la manera como deberíamos orar y, no obstante, nosotros nos damos cuenta de que no podemos mantenernos, aunque sólo sea por un breve espacio de tiempo, ni siquiera en los más bajos peldaños de la escalera, en el supuesto de que nos hayamos encaramado en ellos. Si ésta es la <<scala sacra>> se nos antoja que no es para nosotros. Resulta, pues, evidente que no somos del tipo orante. Y así vamos tirando con una sensación siempre inconfesada de fracaso y de culpa. (...) Pero como nada nos era propuesto en sustitución de aquella plegaria, desde aquel entonces nos hemos sentido agobiados por un complejo de inferioridad. No osamos admitir, ni frente a los demás ni en nuestro fuero interno, hasta qué punto nos hallábamos fuera de concurso”[17].

Comentará José M. Castillo, que en el planteamiento de Robinson hay una sutil confusión, “consiste en no distinguir lo que es la esencia de la oración de determinadas formas en que esa esencia pueda expresarse[18].  Pero si que expresa la frustración entre la propia existencia y el ideal que se ha forjado de la oración. 

Romano Guardini, también expresará las dificultades de la vida de oración: El hombre, en general, no ora, de buena gana y fácilmente experimenta en la oración tedio, embarazo, repugnancia e incluso animosidad. Cualquier ocupación se le antoja  más interesante e importante y se dice así mismo: <<No tengo ahora tiempo para orar>> o<<aquella ocupación es más urgente ahora>>. Y ordinariamente el tiempo empleado en la oración se malgasta en las cosas más superfluas. Es absolutamente necesario cese  de engañarse a sí mismo y de intentar engañar a Dios[19].

Pero también habrá pastores que a pesar de las dificultades vivirán una intensa vida de oración, este es el caso de Mons. Alberto Iniesta, obispo auxiliar emérito de Madrid.  Hablando de su vida de oración dirá: ”Tampoco se trata de tener en la oración grandes revelaciones, consolaciones ni conmociones, sino que normalmente hay que rumiar el pan con la corteza de la fe. Humanamente hablando, hay muchas cosas más entretenidas y más divertidas que la oración pero ninguna tan provechosa, tan sabrosa y hasta a su manera tan gozosa. Muchas veces basta con estar allí, parpadeando como la lamparilla del sagrario, atestiguando su presencia. O como un perro fiel junto a la tumba de su amo, aunque no nos <<diga nada>> –y siempre dice mucho-, porque sí, porque <<me amó y se entregó por mí>>. Y finalmente, cada día veo más claro y más palpable que nuestra vida de piedad o nuestras buenas obras en general no son un regalo que le hacemos a Dios, sino un regalo inapreciable que El nos hace. Y le pido con todas mis fuerzas que no me quite nunca el don de la oración hasta que al fin me lleve al Reino, cosa que no puede tardar mucho, donde todo será oración, porque todo será amor, que a fin de cuentas viene a ser lo mismo...”[20].

 

4. Condiciones para una vida de oración

 

            Todo hombre debe tener en cuenta que la oración no es la conquista del hombre sino un don de Dios que el hombre acoge. La oración cristiana es una participación en la oración de Cristo. “La oración es primariamente obra del Espíritu Santo en la mente y en el corazón del hombre. No es, pues, la oración una acción espiritual que comienza en el hombre y termina en Dios, sino una acción que comienza en Dios, actúa en la mente y el corazón del hombre, y termina en Dios.  (...) La oración es un misterio de gracia. (...) Y la gracia la da Dios. Por eso todo cristiano puede tener oración, pues Dios quiere dársela, quiere entrar en amistad íntima con él, su hijo, su amigo; y todo cristiano debe aprender a ejercitarse en aquella oración concreta que Dios le vaya dando y no en otra[21].

Pero como dirá Augusto Guerra, “El hecho de que la oración sea don de Dios y vivencia y expresión de la vida teologal no niega ni minimiza su base humana como estructura normal del diálogo entre Dios y el hombre[22].

La oración como diálogo divino compromete a toda la persona                             humana: la inteligencia, la memoria, la fantasía, la voluntad, el sentimiento. Para que este diálogo entre Dios y el hombre se haga cada vez más profundo, se deben cultivar con esmero  algunas condiciones. Estos pueden ser de distinta índole:  el tiempo, el lugar, el cultivo de la relación humana, de la vida interior, de la vida de fe etc.

Todos estamos capacitados para orar, porque orar es establecer una relación de amor con Dios.  En palabras de Teresa de Jesús, la vida de oración "no es otra cosa que un trato de amistad, estando muchas veces solas con aquel que sabemos que nos ama"(V 8,5). Ella misma insistirá que la clave de la oración está  “no en pensar mucho, sino en amar mucho” (4 M 1,7).

Orar es tener a Dios por amigo; para fortalecer estos lazos de amistad, hace falta silencio, soledad y desierto. Es necesario dedicar un tiempo diario de oración silenciosa, un tiempo mensual o anual más prolongado de desierto, sabiendo que este es el tiempo más importante para llegar a ser un verdadero evangelizador, apóstol de Cristo.

Si deseamos vivir una vida de oración profunda, debemos dedicar espacios a la oración a solas con el Señor, para ello se debe superar la idolatría del tiempo, de la productividad, del hacer por encima del ser. “La oración exige disciplina del tiempo, sacrificio de parte del propio tiempo, es decir de la propia vida, para dedicarse a la escucha y al diálogo con el Señor; se nutre de espera y de paciencia, es eficaz por su insistencia (Lc 11,8; 18,1-8), tiende a ser continua (Lc 18,1; 1 Tes 5,17), es decir, apertura constante a la presencia de Dios, y no impone jamás los propios tiempos a Dios, sino que entra en los tiempos y en el plan de Dios, hasta reconocer la dimensión de la eternidad”[23].

En ocasiones podemos excusarnos de orar porque no tenemos tiempo, pero ordinariamente  el tiempo no empleado para orar, se malogra en las cosas más superfluas como diría Guardini. Pero las exigencias del ministerio episcopal pueden limitar este tiempo dedicado a la oración, por ello se deben buscar remedios. Este es el que utiliza Mons. Uriarte: “Cuando necesito orar porque las ocupaciones o la vida trepidante no me permite las tasas de oración a las que estoy acostumbrado, interrumpo todo, modifico los planes y me voy ocho días a un monasterio[24].

Tanto Jesucristo como los maestros espirituales cristianos, al tratar de la oración, no centran el tema en la cuestión de métodos oracionales, sino que insisten sobre todo en el ejercicio de las virtudes cristianas. La vida de oración no puede avanzar sin una progresiva liberación del pecado y de los apegos, que la misma oración ayudará a tener conciencia de los mismos (Jn 16,8), y en la oración

y en los sacramentos recibirá  la ayuda para ser cada vez más libre de todo lo que le impide ir a Dios.

La oración no es posible sino parte de un corazón abierto a Dios y a los demás, para que exista vida de oración debe haber una purificación del corazón: “Sería trabajo inútil intentar dedicarnos a la oración sin una purificación interior”[25]

El orante debe ejercitarse en crecer en virtudes: “No todo el que dice <<¡Señor, Señor!” entrará en el reino de los cielos (ni llegará a la contemplación), sino el que hace la voluntad de mi Padre, que está en los cielos” (Mt 7,21). En palabras de santa Teresa: “No pongáis vuestro fundamento sólo en rezar y contemplar, porque si no procuráis virtudes y ejercicio de ellas, siempre os quedaréis enanas” (7M 4,10). 

Las virtudes que según Teresa de Jesús hacen posible la oración son amor al prójimo, la humildad, desasimiento de todo lo criado y una muy determinada determinación. Para ser orante se necesita ser humilde, o a través de la oración ir creciendo en humildad. Para fiarse de Dios hay que ser pobres y sentirse tales, para santa Teresa “humildad es andar en verdad” (6M 10,8) Y “es en la oración, normalmente, donde el cristiano tiene más honda experiencia de su indigencia radical, (...) ya que en la oración pronto comprende que nada puede sin el auxilio del Espíritu Santo. Nada requiere y nada produce tanta humildad como la oración. Cualquier altivez y autosuficiencia, cualquier afirmación vana, o muere en la oración, y el hombre respira en Dios y vive, o se niega a morir, y entonces inhibe la oración y la hace imposible[26].

La otra gran virtud es ejercitarse en el amor al prójimo, ya que no es conciliable amor a Dios en la oración y desamor al prójimo en la vida ordinaria, aunque en el ejercicio de la vida de oración se irá progresando en este amor. El trato con los hombres es un excelente entrenamiento para el trato con Dios.  Todo proceso de maduración exige que la persona supere la búsqueda egoísta para que pueda darse un encuentro interpersonal propiamente dicho, de alteridad, reciprocidad e intimidad. Miquel Estradé escribirá: “Si alguien dice que se relaciona con Dios y no es capaz de mantener una relación sana con los hermanos, dice mentira[27]. Cuando a santa Teresa de Jesús se le pide  una palabra sobre el  “trato  con Dios”, ella empieza enseñándole a <<tratar>> con el prójimo. Esto significa que no se puede construir y desarrollar un diálogo con Dios sino desde un diálogo con los prójimos. Faustino Boado escribirá: “Que nadie piense haber entrado en la oración si antes no se ha esforzado por entrar honradamente en diálogo con el hermano”[28]. En el trato de unos con otros se aprende a tratar con Dios, y en el trato con Dios se aprende a tratar con los hombres. “Quien no sabe escuchar, quien se cree superior y tiene que terminar venciendo siempre, quien no aguanta una palabra –o muchas palabras- de corrección fraterna, quien no ama ni se deja amar, que no intente ser hombre de oración. Ante una persona así, Dios tiene cerradas todas las puertas de la relación interpersonal. Y Dios no va a jugar a discriminaciones, caprichos, veleidades y criterios de mundo que destrozan las relaciones humanas”[29].

Una consecuencia del amor al prójimo es el perdón y la reconciliación, Jesús insiste  en que siempre debemos estar dispuestos a perdonar a los que nos ofenden, como siempre Dios está dispuesto a ofrecernos su perdón. Dirá Jean Corbon refiriéndose a la celebración eucarística: “Los invitados a la Mesa del Señor son pecadores perdonados, con la condición de que se hayan perdonado los unos a los otros. Se comprende que sea la única petición  sobre la cual insiste Jesús cuando nos enseña a rezar al Padre. Si no, no busquemos en otra parte las razones que nos impiden rezar”[30].

Saber perdonar lo considera Teresa de Jesús, como la señal inequívoca de la verdadera  oración y del auténtico contemplativo, porque Dios concede esta gracia. “No puedo creer que el alma que tan junto llega de la misma Misericordia, adonde conoce la que es y lo mucho que le ha perdonado Dios, deje de perdonar luego con toda facilidad y quede allanada en quedar muy bien con quien la injurió; porque tiene presente el regalo y la merced que le ha hecho, adonde vio señales de grande amor, y alégrase se le ofrezca en qué le mostrar” (C 34,12).

Desasimiento es la libertad frente a las personas y cosas. La razón principal de la necesidad del desasimiento es que siendo “la oración de nuestra parte escucha, acogida, respuesta, donación a cuanto Dios manifiesta, el orante debe sentirse libre para quedar disponible a la voluntad del Señor. El asimiento a cosas, personas y a sí mismo impiden cualquier actitud de entrega. Sin ella, la oración queda en palabras, en deseos ineficaces en nada[31].

Otra de las condiciones es comenzar con gran determinación a tener oración y no hacer caso de los inconvenientes. Dirá santa Teresa: “a los que quieren ir por él y no parar hasta el fin, que es llegar a beber de esta agua de vida cómo han de comenzar, digo que importa mucho, y el todo, una grande y determinada determinación, de no parar hasta llegar a ella, venga lo que viniere, suceda lo que sucediere(...)siquiera se muera en el camino o no tenga corazón para los trabajos que hay en él, siquiera se hunda el mundo” (C 21, 2). La oración encuentra dificultades muy fuertes, dentro y fuera del orante. Y a esas dificultades se hace frente con la fortaleza.

El desarrollo de la interioridad es otro de los elementos esenciales para la oración. El orante está condicionado por circunstancias personales y externas. Pueden existir dificultades de tipo psicológico: dificultad de recoger el entendimiento, la sequedad o las distracciones, esto le sucedía a santa Teresa. En Camino de Perfección[32] ella intenta ayudar a los tengan dificultades de este tipo para hacer oración.

Para realizar una verdadera y profunda vida de oración hay que ser capaz de preferir a Dios a todo. La oración es una aventura de amor con Dios: El pide nuestro corazón entero. El que quiera vivir una vida de oración debe  cultivar la pureza del corazón, alejarse del  pecado, desapegar el corazón de lo que no es Dios. La misma vida de oración ayuda a que ello se haga realidad, ya que cuando el hombre ora se abre a los dones de Dios, en particular a la acción del Espíritu Santo que si persevera en la oración infundirá en él los rasgos de Cristo orante.

Al ser la oración cristiana esencialmente respuesta al interlocutor divino, el silencio es para escuchar a  Dios, ya que la palabra de Dios tiene que oírse y escucharse en silencio. “El Padre celeste ha dicho una sola palabra, su Hijo, y la dice eternamente en un eterno silencio. Ella se hace sentir en el silencio del alma” (San Juan de la cruz). “Hacer silencio cada día más profundamente - como dirá Ancilli- es ponerse en condiciones de escuchar cada vez mejor el silencio de Dios. El silencio del corazón nos es siempre necesario y debemos esforzarnos por establecerlo en nosotros permanentemente y llevarlo a todas partes: al trabajo, a la calle, a toda situación, a toda persona[33].

Si el desapego y la actitud de silencio podrían considerarse preparación remota para la oración, el recogimiento de la mente pertenece a la preparación próxima. Cuando vamos a orar debemos desapegarnos de las cosas, de las personas, de los asuntos que puedan preocuparnos. Debemos concentrar nuestra atención y nuestra oración a Dios. “Por ello debemos tomar conciencia  de que El nos está amando, que está conversando con nosotros invitándonos a participar de su divina conversación”[34]. Este recogimiento silencioso fue recomendado por el mismo Jesús: “Cuando te pongas a orar, entra en tu aposento y, cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te dará la recompensa” (Mt 6,6).

Pero lo que mantiene la vida de oración es el amor a Dios, amado por encima de todas las personas y de las cosas, y se necesita estar con El a solas, más que el propio alimento corporal. Porque la mirada interior de amor a Dios es la que desarrolla en nosotros la verdadera intimidad divina, “como el amigo que no quiere más que el rostro de la amada, así sucede en la oración cuando es auténtica: al final sólo anhelamos a Dios, le invocamos y lo amamos, pues sabemos que su amor nos trae el reino, y con el reino llegan todas las restantes realidades del cielo y de la tierra[35].

Otro de los presupuestos de la oración es la perseverancia. Jesús nos exhorta a orar siempre (Lc 18,1). Dice Evagrio: “No ha sido prescrito trabajar, vigilar y ayunar constantemente; pero sí tenemos una ley que nos manda orar sin cesar”. Este ardor incansable no puede provenir más que del Espíritu de Dios que llena nuestro corazón de amor. Contra nuestra inercia y nuestra pereza, el combate de la oración es el del amor humilde, confiado y perseverante[36]. En la oración hay que tener con Dios tanta paciencia como la que El tiene con nosotros.

 

 

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[1] Las dimensiones esponsales y paternales del ministerio las  estudia teológicamente Balthasar y su fundación "las comunidades de S. Juan". Ver  H.U. von Balthasar, Teodramática III y V, Encuentro, Madrid 1993 y H. U. von Balthasar "Ensayos teológicos" II Sponsa Verbi, Cristiandad, Madrid 1964.

[2] Mons. J. Esquerda Bifet,  Carta dirigida a Maria Pilar Vila, Manlleu, 24.9.95.

[3] E. Bianchi, “Objeciones actuales a la oración”, Concilium, 229 (mayo 1990) 405-423 (408). 

[4]  Mons. José Mendez Asensio, “La oración y el ministerio sacerdotal”, Surge, 307 (mayo-junio 1972) 280-287 (280).

[5] G. Broccolo, La oración del sacerdote en la familia, 52 (1970) 219-237, (228-229).

[6] Mons. Mendez Asensio, o.c.,280-281.  

[7] Ibid., 282-283.

[8] Ibid., 283.

[9] Ibid., 284.

[10] Mons. Joan Esquerda Bifet es director del Centro Internacional de Animación Misionera.

[11] Juan Esquerda Bifet, Testigos de la esperanza, (Col. Pedal 102), Salamanca, Ed. Sígueme, 1979, 93.

[12] Juan Esquerda Bifet, Nosotros somos testigos, (Col. Pedal 85), Salamanca, Ed. Sígueme, 1980, 272-273.

[13] José Antonio Pagola, Una nueva oración para una nueva evangelización”, Vida Nueva, 2009 (23-IX-1995)24-30 (28).

[14] Carlos Domínguez Morano, Creer después de Freud, Madrid, San Pablo 1992, 99.

[15] Citado por Bernard Bro, Aprendre a pregar, Publicacions de l’Abadia de Montserrat, 1981, p. 83. 

[16] J. Van Cauwelaert, “La oración del obispo en su comunidad”, Concilium, 52 (1970) 213-218 (213).

[17] J.A.T. Robinson, Sincero para con Dios. Barcelona, Ariel, 1967, 150-157, citado por José M. Castillo, (Col. Hinnení, 78) Oración y existencia cristiana, Salamanca, Ed. Sígueme, 1969, 92-93.

[18] Ibid., 94.

[19] R. Guardini, Introducción a la vida de oración. San Sebastián, Ed. Dinor, 1961, 17-18.

[20] El Ciervo, enero 2003, 24-25.

[21] José Rivera y José María Iraburu, Sintesis de espiritualidad católica, Pamplona, Fundación Gratis Date, 19995, 295-296.

[22] Augusto Guerra, Oración Cristiana, Sociología-Teología­-Pedagogía, Madrid, Ed. de Espiritualidad, 1984, 138.

[23] E. Bianchi, o.c.,  416.

[24] Ecclesia, 2.594-95 (22-29-VIII-1992) 1264.

[25] M. Estradé “Infraestructuras de la oración”, Yermo, 18(1980)18.

[26] J. Ribera, J.M. Iraburu, o.c., 298.

[27] M. Estradé, o.c., 22. 

[28][28] Citado por M. Herráiz, La oración historia de amistad, Madrid, Ed. de Espiritualidad, 1995 5,  127-128.

[29] A. Guerra, o.c., 141-142.

[30] Jean Corbon, La oración cristiana, Scripta Tehológica 31 (1999/3) 733-747 (744).

[31] A. Guerra, o.c., 142.

[32] Los cap. 28-29 tratan de este tema. También lo desarrollará M. Herráiz en Oración historia de amistad, cap. I y V.

[33] E. Ancilli, “Oración” en Diccionario de espiritualidad, Barcelona, Ed. Herder, 1983, Vol. III, 25.

[34] Ibid.,  25.

[35] Xabier Pikaza, 25 temas de oración, retiro espiritual y compromiso cristiano, Madrid, Ed. Publicaciones claretianas, 1982, 121.

[36] Cf. Jesús Castellano, Pedagogía de la oración cristiana, (Col. Biblioteca litúrgica, 6), Barcelona, Centre de Pastoral litúrgica, 1996, 211.

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